Rusia quiere revisar testamento postsoviético y ser potencia otra vez
Rusia quiere revisar testamento postsoviético y ser potencia otra vez

El fallido golpe de Estado de agosto de 1991 dio paso a la división de la URSS en quince países independientes, de los que algunos se alinearon con Occidente y otros permanecieron en la órbita del Kremlin, testamento que Rusia quiere ahora revisar.
Aunque las tres repúblicas bálticas ya habían dado el pistoletazo de salida a la desintegración en 1990, fue la asonada la que allanó el camino para que el resto de repúblicas declararan su independencia, proceso que el líder soviético, Mijaíl Gorbachov, no pudo parar.
Gorbachov debía haber luchado "por la integridad territorial de nuestro Estado (...) y no esconder la cabeza bajo la arena, dejando el culo al aire", aseguró el presidente ruso, Vladímir Putin, a principios de año.
Han pasado ya 25 años, pero la herida aún escuece entre los nostálgicos, ya que los bolcheviques heredaron un gran imperio forjado a sangre y fuego por los zares y que se extendía por toda Eurasia.
La Gran Rusia no sólo dejó de ser una gran potencia de la noche a la mañana, sino que perdió numerosos territorios e ingentes recursos naturales, que la convirtieron en un gigante con pies de barro.
Como ha quedado demostrado en los últimos años, el Kremlin nunca aceptó ese nuevo "statu quo", que consideró una humillación, y no le ha importado ser condenado por la comunidad internacional y recibir una batería de sanciones con tal de revisar el testamento postsoviético.
Además de Rusia, sin lugar a dudas, Ucrania era la joya de la corona, ya que, aparte de ser el granero de Europa, representaba la hegemonía sobre el mar Negro y era el perfecto cinturón de seguridad para Moscú.
En cambio, los ucranianos han ido gradualmente rompiendo lazos con el vecino del norte, que intentó frenar la ruptura con

palancas de presión como el gas para evitar su acercamiento a Occidente y su ingreso en la OTAN.
La ruptura definitiva se produjo cuando Putin convenció al Gobierno ucraniano para que renunciara en 2013 a firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, lo que los ucranianos interpretaron como una injerencia intolerable.
Rusia aprovechó el vacío de poder provocado por la revolución en Kiev para anexionarse Crimea, estratégica península que garantiza el control del mar Negro, y apoyar abiertamente el levantamiento armado en el este de Ucrania
Esto ha exacerbado aún más los ánimos antirrusos en la sociedad ucraniana, para la que la entrada en la UE y en la Alianza Atlántica es una cuestión de vida o muerte.
El líder ruso ha ideado toda clase de procesos de integración para maniatar al resto de repúblicas, pero apenas ha logrado retener a aquellas que dependen de los subsidios rusos para sobrevivir como países independientes.
Es el caso de Bielorrusia, donde el último dictador de Europa, Alexandr Lukashenko, ha logrado conservar en formol a su país como una granja colectiva con ayuda del gas ruso a preciso de saldo.
Lo mismo ocurre con Armenia, que necesita el apoyo del Ejército ruso en caso de agresión azerbaiyana por el control de Nagorno Karabaj, y con las centroasiáticas Kirguizistán y Tayikistán, países con frágiles economías que dependen de las remesas de sus emigrantes en Rusia.
Kazajistán, la locomotora económica de Asia Central, también ha apostado por seguir alineada con Rusia, pero con matices, ya que mantiene buenas relaciones políticas con EEUU y muy estrechos lazos comerciales con China.
No ha logrado, en cambio, Putin mantener en su órbita a Azerbaiyán, el país más rico del Cáucaso y clave en la estrategia energética de la UE; ni a Georgia, el principal aliado de EEUU en la región y que no perdona al Kremlin que invadiera su territorio en 2008 y apoyara la independencia de Osetia del Sur y Abjasia.
Moldavia tampoco quiere saber nada de Rusia, que apoya a la república separatista Transnistria; mientras las autoritarias Uzbekistán y Turkmenistán van por libre, aunque por sus exportaciones de gas parecen más cercanas a China que a Occidente.
Además, la agresiva política del Kremlin también ha alienado a las tres repúblicas bálticas, que ingresaron en la UE y la OTAN en 2004, y que se ha convertido en enemigos acérrimos de Rusia en el seno de ambas organizaciones.
Putin insiste en que no quiere reconstruir el imperio ruso, aunque son los pueblos que fueron subyugados por Moscú los que, al parecer, quieren liberarse de esas cadenas y dejar de ser rehenes de la política antagonista del Kremlin hacia Occidente.

Ignacio Ortega. EFE