Sus propietarios, gente pobre que vive en barrios en las márgenes del río Paraguay conocidos como bañados, abandonaron a sus mascotas ante el avance de las aguas, que han provocado el desplazamiento de más de 75.000 personas en la capital y unas 230.000 en todo el país.
No hay espacio para ellos en los hacinados asentamientos improvisados en las aceras y plazas donde muchos de los evacuados han montado sus refugios precarios.
'A los pobres se les tiene que aceptar con todos sus animales, no a él nomás, pero el Municipio no deja vivir con los animales en las calles', se lamentó Lucio Oviedo, de 44 años.
Oviedo logró sacar a sus diez cerdos y sus gallinas de su casa en la orilla del río, pero no a sus dos caballos, que permanecen en una isla minúscula que cada día es menor por la subida inexorable del agua.
Ya encontró un lugar para ellos, pero ahora busca cómo transportarlos. Los caballos son aún comunes en Asunción, donde se usan para el transporte, en particular de materiales reciclables que recogen sus dueños por las calles.
A unos veinte metros de los equinos está, cubierto de gatos, el tejado de la casa de Oviedo, lo único que se ve de ella.
El hombre les lleva los cascudos y pirañas que pesca en redes extendidas en lo que otrora fue el barrio conocido como Puerto Botánico.
Ante la llegada de la inundación, Oviedo subió la calle, como el resto de los vecinos, hacia terreno más alto, hasta la zona conocida como Azteca 2, cuya plaza ahora está totalmente ocupada por enjutas barracas construidas con placas de aglomerado y uralita, parte de ellas donadas por el Gobierno.
Los oxidados columpios, ahogados entre las maderas, soportan ahora tendederos de ropa.
Oviedo se mudó a la casa de su primera mujer, que ahora está en el límite del agua y también será anegada si continúa la crecida.
Otros se han negado a moverse por no dejar a sus animales. Juan Ramón Duarte, de 17 años, vive sobre tablas en torno al tejado de su casa, que ocupan los perros, gatos, gallinas y patos de la familia, y otros que ha recogido.
Algunos días llega en un bote Adriana Moreira, quien junto con un grupo de amigos se dedica a rescatar animales abandonados.
Desde que comenzaron las inundaciones ha llevado a tierra a más de cien, incluidos tres lechones, relató. 'Todos los días sacamos, pero no damos a basto', dijo Moreira, que reparte comida por los tejados.
El grupo, que financia sus actividades con donaciones, los lleva a un veterinario e intenta que alguien los adopte.
Para sus dueños, la pérdida no es solo un golpe emocional, sino a menudo también económico.
Carina González, de 39 años y madre de cuatro hijos, tuvo que matar a su cerdo cuando salió de su vivienda en el bañado Tacumbú porque en el campamento instalado en el predio del cuartel donde vive desde hace un mes no se permiten animales.
Ella ni siquiera dispone de 40.000 guaraníes (unos 9 dólares) para comprar dos placas de aglomerado para cubrir una de las paredes de su barraca, por lo que ha puesto un plástico.
Fabiola Benítez, de 34 años y con seis hijos, también tuvo que matar a su vaca al dejar el barrio Fátima, pero se considera con suerte porque la empresa donde trabaja, un frigorífico de carne, la dejó instalarse en un galpón junto con otras cinco familias.