Dos hombres pasaron más de 60 días en terapia intensiva, escapando de la muerte por coronavirus (COVID-19). Aunque lograron sobrevivir, ahora se recuperan de profundas secuelas.
Raul Almirón, de 45 años, estuvo en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del hospital El Cruce Néstor Kirchner, en Argentina. Aún no cree estar vivo tras haber pasado 170 días en la UTI, buena parte de ellos en coma inducido.
“No quería dejar a mis hijos (...) Vi a muchos morir, vi a hijos despidiéndose de sus padres a través de un cristal; yo no quería que mis hijos pasaran por eso”.
El 1 de agosto lo trasladaron al hospital y entró en coma. Tenía algunas de las complicaciones asociadas a la gravedad de covid-19: era hipertenso y obeso. Pesaba 115 kg cuando ingresó al hospital. Salió con 51 kg menos.
Minutos después de que los médicos le avisaran que lo iban a dormir, Almirón cerró los ojos y le pidió a Dios “una oportunidad más”.
Pocos meses antes de contagiarse de coronavirus, se había separado de su mujer y había quedado a cargo de siete hijos, de entre 5 y 23 años .
“Yo pensaba todo el tiempo en mis hijos, de qué iban a vivir”.
Cuando despertó, a fines de septiembre, “tenía cables por todos lados. No podía creer cómo estaba”.
Almirón sufrió muchas alucinaciones y casi todas las complicaciones que causa el coronavirus. Varias veces sus médicos pensaron que moriría. Después vino la “depresión, el pánico”.
“Me costó mucho dejar el respirador; un día un enfermero me dijo: mira que hay siete chicos que te están esperando”. Entonces se animó.
Aprendió de nuevo a caminar pero aún le queda un largo camino de recuperación. Tiene un hombro inmovilizado y muy poca fuerza. “Mis hijos me tienen que bañar, que cambiar”, cuenta desde su precaria vivienda.
- “No saber si vas a despertar” -
Sin llegar a conocerse nunca, Almirón compartió varios días de UTI con Raúl Gutiérrez, de 37 años.
“Ahora valoro otras cosas: disfruto de lo simple, lo básico”
Pero el caso de este último es bien distinto. Dueño de un gimnasio en la provincia de Buenos Aires, Gutiérrez entrenaba intensamente para participar en una competencia de fisiculturismo en diciembre de 2020. Pero a fines de junio, tras una reunión familiar con sus dos hijas, empezó con fiebre.
Pocos días después, un médico le decía en la UTI que lo iban a dormir para colocarle un tubo en la tráquea que conectara sus pulmones a un respirador artificial.
“Tenía un miedo terrible porque no sabía si iba a despertar. Le escribí a mi padre, a mis hijas y a mi novia. Yo nunca había ido al médico antes, nunca me dolió nada”.
Cuarenta días después abrió los ojos.
“Pensaba que me habían abandonado, a mi alrededor entraban y salían enfermeros y médicos nerviosos con barbijos, trajes, lentes, máscaras. No podía mover los brazos ni las piernas, tampoco podía hablar por la traqueotomía”.
En esos días lo pasó muy mal. “Soñaba que ya estaba fallecido, que me velaban”.
El 5 de septiembre lo trasladaron a cuidados intermedios y unos días después recibió el alta. El proceso de recuperación le ha llevado meses.
“Ahora valoro otras cosas: disfruto de lo simple, lo básico”.
Quedan algunas secuelas: falta de fuerza en los pies, de flexibilidad en las rodillas y un fuerte impacto psicológico.
“Tengo miedo de volver a pasar lo que pasé”.
No deja de entrenar, aunque ahora sin esteroides anabolizantes. Lo hace solo o con su novia, su gimnasio parece casi abandonado por las restricciones sanitarias. “Me supero todos los días; no hay que olvidar que la fuerza de mente es muy valiosa”.
- Con información de AFP