Daniela (33 años, El Agustino). Estimada señora Moro, le escribo para desahogar mis penas con usted.  Mi esposo, Rodrigo, acaba de pedirme el divorcio y yo no quiero separarme del amor de mi vida, no podría soportarlo.El maldito coronavirus nos arrebató todo lo que teníamos: nuestro trabajo y el departamento que, desgraciadamente, ya no pudimos seguir pagando.

Sin embargo, siempre fuimos optimistas y decidimos empezar desde cero, juntos. Así nació nuestro pequeño emprendimiento de pastelería y, gracias a Dios, nos fue súper bien durante los primeros tres meses. Rápidamente nos hicimos conocidos y ganamos fieles clientes, pues los postres que mi marido preparaba eran los mejores del distrito.

Ya sabe, los negocios no se deben mezclar con el placer y eso fue justamente lo que nos sucedió. Estábamos tan ocupados con el trabajo que perdimos el interés de pasar tiempo juntos como pareja e, incluso, de intimar. Además, solíamos pelear frecuentemente por el número de ventas, porque Rodrigo se demoraba demasiado en la cocina y porque me ponía celosa cada vez que él concretaba una venta con una cliente demasiado guapa para mi gusto.

En fin, esas pequeñas cosas se fueron acumulando y mi pareja me confesó que ya no sentía nada por mí. Todo eso me cayó como un baldazo de agua fría y rompí a llorar delante de él, pero nada de eso funcionó para hacerlo cambiar de opinión. Ahora se ha ido de la casa y me dice que aún podemos ser “socios”, pero yo no quiero ser solo eso. ¿Qué hago?

OJO CONSEJO

Estimada Daniela, si pudieron superar tantos obstáculos juntos, estoy segura de que pueden levantarse de esta y seguir adelante. Habla con Rodrigo y pídele una segunda oportunidad para salvar su matrimonio, pues no creo que él haya dejado de amarte tan rápido. Por otro lado, sigan con su emprendimiento, pero establezcan límites para no perder el control. Mucha suerte.

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