Hice el amor con mi cuñado
Hice el amor con mi cuñado

ALBINA (22, Santa Eulalia). Cometí una locura y temo que se arme un laberinto en mi casa. No pude resistir la tentación e hice el amor ni más ni menos que con el esposo de mi hermana.

Sé que hice mal, lo reconozco, pero Alberto está realmente buenazo y ahora que vino de vacaciones con mi hermana y sus dos hijas a la casa de campo de mi mamá, le eché el ojo desde la primera vez y me impactaron sus anchas espaldas, sus brazotes y sobre todo su boca grande, con los labios carnosos y deseables.

Lo peor fue cuando se fueron a bañar, todos juntos al río, y me quedé maravillada con su excelente cuerpo, todo un machazo, que me arrebató totalmente. Mientras todos se divertían chapoteando, yo estaba embelesada contemplando a Alberto, deseándolo, pensándolo, queriendo besar todo su cuerpo, sentir sus brazotes en mis caderas y dejar que me haga suya.

No es que esté celosa de mi hermana ni nada por el estilo, ocurre que Alberto está como se pide y yo no pude resistirme. De tanto desearlo, mientras mi hermana y sus hijos se fueron a Chosica a pasear junto a mis padres, quedando los dos solos, me tiré sobre él y me lo comí a besos, ansiosa de devorarlo y sentir, al fin, sus músculos de acero estrujándome.

Alberto al principio se sorprendió, pero al final se dejó seducir por mis ansias. Lo desnudé ávida de descubrir en vivo y en directo su cuerpo y él se convirtió en un juguete de mis deseos. Lo arañé, lo mordí, lo besé, lo acaricié, le hice de todo, satisfaciendo mis ansias. Y cuando me hizo suya me sentí en el paraíso, navegando entre las nubes y corriendo en un arco iris. Fue maravilloso, jamás hombre alguno me estremeció tanto como lo hizo él, dejándome eclipsada, fuera de este mundo, flotando en el aire.

No sé de dónde sacaba fuerzas Alberto. Una y otra vez me tomaba y de dominadora pasé a dominada hasta que, ya sin fuerzas, me quedé vencida en el suelo, literalmente desparramada de tanta pasión. Ahora, doctora, me siento mal, culpable de esa locura. No puedo verle los ojos a mi hermana y, mientras, sigo deseando a ese toro que es mi cuñado. Dígame qué hago, doctora. Necesito su sabio consejo para tranquilizar mi conciencia, si es que debo confesar todo a mi hermana.