Magaly Moro

Aldana (25 años, Surco). Doctora Magaly, no quiero perder mi hogar, pero tampoco puedo seguir soportando los engreimientos de mi pareja.

Hace siete años que tengo una relación con José Manuel; desde que nos conocimos nos llevamos muy bien, él es trabajador, comprensivo, un buen chico. Teníamos un noviazgo muy bonito y mágico, pero todo cambió cuando quedé embarazada.

Como comprenderá, ese fue un golpe duro para los dos, pues ambos estábamos estudiando; no obstante, lo asumimos con madurez y decidimos tener a nuestra niña, enfrentando incluso los comentarios de la sociedad por ser padres con tan solo 21 años.

Conforme iba avanzando mi embarazo, empecé a notar una actitud extraña en José Manuel. Estaba más unido a su mamá y más engreído; lo tomé con calma y supuse que era parte del proceso de aceptación de su nueva vida como padre.

Durante los nueve meses viví con mis padres y ellos cuidaron de mí más que mi pareja. Sin embargo, cuando nació mi hija, yo esperaba que él me propusiera vivir juntos, pero nunca lo hizo, así que yo se lo pregunté. Al escucharme, de inmediato respondió: "Amor, aún estamos jóvenes, que cada quien viva en su respectiva casa y así ahorramos en el alquiler de un cuarto y en los servicios". Lo vi tan convencido con lo que decía que en ese momento acepté.

Doctora, han pasado casi cuatro años y él sigue con esa idea, pero yo ya no puedo mantener un hogar a distancia. ¿Qué hago?