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Josefina Ñahuis: Canto y ternura de Apurímac [FOTOS]

“Mi papá cantaba en las iglesias. Cuando él cantaba toda la gente se ponía a llorar. Mi mamá también cantaba”, recuerda Josefina Ñahuis, quien nació y creció entre las frías cumbres, frescas laderas y cálidos valles de la provincia de Chincheros, en Apurímac.

Nace la artista. A orillas del río Pampas o en las alturas de Bombón cantaba desde niña imitando a sus padres o a sus artistas favoritos, cuyas canciones escuchaba en la radio.

Josefina Ñahuis, a quien de niña llamaban Lizbeth - así quiso su hermana Marcelina- es la novena de diez hermanos. Cuando nació, en 1980, el terrorismo empezó a sembrar muerte y destrucción en su tierra.

Las chacras de papas, ollucos o habas, en Bombón, eran su inspiración. Su canto volaba junto a las traviesas aves. Sus mejores años los pasó junto al río Pampas, cuando iba de Generosa, su pueblo, a la escuela de Ahuayro. “Caminábamos media hora para ir a estudiar porque en Generosa no había escuela. Comíamos chirimoyas, mangos, naranjas, caña y nos bañábamos en el río”, recuerda.

En la escuela de Ahuayro se convirtió en la engreída del profesor Benedicto Gamboa, quien “quería adoptarme como hija” porque no solo tenía talento para el canto, sino también porque destacaba en los estudios. “Siempre ocupaba el primer puesto y llevaba el gallardete”, dice orgullosa.

Sus canciones y actuaciones, en quechua y español, eran infaltables en las ceremonias por el Día de la Madre, Fiestas Patrias o la primavera.

Al culminar la primaria recién supo que su verdadero nombre era Josefina y fue como volver a nacer. Pasó a la capital de la provincia y se matriculó en el Colegio Nacional Túpac Amaru de Chincheros, donde su tierna voz siguió encandilando.

PRIMER GOLPE. Cuando cursaba el quinto año de secundaria, Josefina pierde a su madre. Doña María Bernedo falleció en un bus, en las alturas de Ayacucho, al regresar a su tierra tras ser desahuciada en Lima.

A pesar del dolor, culmina el colegio en primer puesto e ingresa directo a la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, y tiene que alejarse de su familia. Ella quería estudiar Medicina, pero no había esta carrera, por lo que decide estudiar algo parecido, Farmacia y Bioquímica. Los tres primeros años en la universidad fueron los más difíciles, tuvo que estudiar y trabajar, y ya no tenía ganas de cantar.

VUELVE AL CANTO. En las aulas universitarias conoció a unos amigos del grupo Musuq Taqui, entre ellos a Milton Durand, y volvió a la vida. Con ellos volvió a cantar y a presentarse en eventos universitarios, programas de radio y televisión de Ayacucho.

Así conoció a Carlos Falconí, del Trío Ayacucho; al arpista Otoniel Ccayanchira y al guitarrista Oscar Figueroa, quienes se convirtieron en sus guías y la animaron a grabar su primer disco “Canto y ternura” en 2003, que le abrió todos los caminos.

Al terminar su carrera, al año siguiente, con el disco bajo el brazo, enrumba a Lima y se presenta a la Escuela Nacional de Folclore José María Arguedas, donde se perfecciona en el canto. Su talento fue tal que integró el grupo de la escuela por varios años.

Y cuando todo parecía encaminarse, su padre, don Demetrio Ñahuis, es asesinado en Chincheros. Después de una larga batalla judicial que no condujo a nada, vuelve a las canciones y graba un disco de carnavales y “Takipara” (lluvia de canciones).

“Siento el compromiso de cultivar la música tradicional y aportar al folclore tradicional”, dice Josefina, quien un día cantó para Mercedes Sosa.

A pesar de los duros golpes, Josefina sigue cantándole al río Pampas, a Ahuayro, Chincheros, Apurímac y al Perú entero. Ha viajado con su arte a Estados Unidos y Canadá, donde la llaman “La voz de oro de América”.

Dueña de una fresca y versátil voz, casada y de la mano de su pequeño héroe Joaquín, su mayor inspiración, planea grabar canciones en quechua y español de todas las regiones del Perú.

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