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El domador de abejas

Daniel Figueroa Torres permanece sereno, a pesar de que cada segundo una abeja se posa sobre su cuerpo. Atrás quedó el miedo que le daban esas velludas y diminutas patas en su niñez. Su piel parece haber perdido la sensibilidad ante estos insectos color pardo oscuro, que desde hace 22 años lo convierten, durante varios minutos, en un panal viviente.

Las abejas forman una especie de manto en el torso, el rostro y los brazos del apicultor, quien no se inmuta ni con el zumbido que emiten estos animales cerca a su oído. “Siento un leve cosquilleo y eso me relaja”, dice en a las personas que lo miran atónitas y se mantienen a prudente distancia.

El delgado hombre está acostumbrado a realizar este acto, al que denomina “baño de abejas”, pues es una tradición familiar. “Mi papá es apicultor y, cuando cada uno de sus hijos cumplía ocho años, los hacía pasar por esta experiencia. Para mí no fue tan difícil porque somos seis hermanos y yo era el quinto”, cuenta sonriente.

“Atraparla, enjaularla y colocarla sobre el pecho es el secreto para que las demás se posen sobre un cuerpo. Esto se debe a que segrega feromona con el fin de reunir a todo su enjambre”, explica.

El joven recuerda que antes de seguir estos pasos, su progenitor echó humo blanco sobre los núcleos para tranquilizar a las abejas.

Minutos después, su pequeño cuerpo se había convertido en el refugio de miles de estos insectos. “Pensé que me daría alergia o alguno me picaría, pero esto no sucedió. Esa vez aprendí que mientras no les hagas daño, son pacíficos”, añade.

A sus 31 años, Daniel puede realizar distintos movimientos con miles de abejas sobre su cuerpo, sin recibir un solo aguijón. Esto no siempre fue así, pues ha sufrido picaduras en los dedos, el rostro, la espalda e, incluso, en la entrepierna.

“Aunque cause dolor, uno debe agradecer que este insecto te pique pues su veneno cura enfermedades. Por eso existe la apiterapia”, explica.

Emprendedor. La familia Figueroa Torres salió adelante con la crianza de las abejas. Por eso, Daniel conoce al detalle el comportamiento de estos animales. “No hay que tenerles pánico pues son dóciles y pueden estar, incluso, en el cuerpo de un niño. Solo atacan cuando uno las agrede, molesta u ofende”, advierte.

Hace tres años, el ayacuchano dejó su pueblo, Huanta, para vivir en Lima y fundar su empresa de venta de polen, miel, cera, propóleo y jalea real.

En el 2013 y 2014 participó en la Feria Gastronómica Mistura, en Lima. “Esa experiencia me ayudó a crecer como emprendedor”, dice.

Desde que se dedicó al negocio de la apicultura, el principal objetivo de Daniel es demostrar que estos insectos no hacen daño. Por ello, acude de feria en feria y, siempre que puede y las autoridades se lo permiten, se da un “baño de abejas”. Luego, pide al público que no le tema a sus compañeras de toda la vida. “Son dóciles”, asegura el domador de abejas.

Algo más

Desde afecciones respiratorias hasta dolores musculares puede curar la picadura de abeja. El tratamiento de apiterapia consiste en colocar al insecto en la zona afectada para que su aguijón ingrese a la piel. “Debe permanecer entre 10 y 15 minutos para que el veneno ingrese al organismo”, explica el apicultor Daniel Figueroa.

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