Don Juan

Empezaré mis historias de taxi, que se publican los días miércoles, con la primera anécdota que me ocurrió cuando me inicié en este oficio. Era una fría medianoche en los alrededores del coliseo Amauta, en Breña. Y en medio de las sombras de una esquina, una señora joven me detiene junto a dos niños.

Por favor –me dijo– ¿me puede hacer una carrera a Chorrillos? Estoy con mis dos hijos y ningún taxista quiere llevarme”. Los pequeños estaban enmascarados, como si salieran de una fiesta. “Suba, señora”, le respondí.

¿Qué hacía una señora de Chorillos, decente y bien vestida, deambulando con sus dos hijos en los alrededores del Amauta a la medianoche? Ocurre que, madre a fin de cuentas, ella había complacido a sus pequeños de llevarlos a ver una función de catchascán y que conocieran en vivo a sus ídolos del ring. El problema fue que las luchas se prolongaron y, al salir del show, los taxis, como la luz de la calle, eran escasos… y nadie quería ir a Chorrillos.

ÁNGEL AL VOLANTE

No había teléfonos públicos a esa hora y, en esos años finales de los ochenta, tampoco existían celulares ni taxi vip. Comprendí que la señora y los niños estaban en un apuro porque cuando no es el barrio de uno, las noches de Lima siempre serán peligrosas. Por fortuna, mi auto pasó por allí. Ya en el camino, la señora, más aliviada, me explicó que una madre hace lo que sea por satisfacer a sus hijos, tanto que, a veces, no mide el peligro ni las consecuencias, como esa noche.

VOCACIÓN DE SERVICIO

Sentí cómo, tras cruzar Miraflores y Barranco y acercándose a su destino, el miedo ya se había disipado en la expresión de la señora. Los chicos enmascarados ni se daban cuenta de eso. Hasta que llegamos, por fin, luego de hablar del catchascán, de las máscaras y de la vida, y no le cobré el pasaje porque, en toda la ruta, recordé a mi madre muerta cuando me llevaba al estadio de Lolo Fernández. “Vaya nomás, señora”, le dije, la dejé en Chorrillos y ella nunca entendió por qué la había llevado gratis hasta su destino.

Esa noche comprendí que el taxi no solo es un vehículo que traslada gente sino que, también, salva situaciones de emergencia. Ya les contaré tantas historias que me han ocurrido, pero no para que me aplaudan, solo para que entendamos que taxistas y pasajeros hemos venido al mundo para servir. Y que de esta tierra no nos llevaremos nada, ni siquiera un parabrisas o un claxon.

Ilustración. BRUNO GARCÍA