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¡Peligro, que viene el tren!

La locomotora avanza lentamente, a unos 20 kilómetros por hora. Aunque Manuel Mota está autorizado a triplicar esa velocidad, el maquinista de 27 años prefiere ser prudente. Como operario del Ferrocarril Central, sabe que una distracción puede ser fatal.

El vehículo de 21 metros de largo, casi 5 de alto y 3.5 de ancho, que se desliza sobre rieles entre calles, marcha siempre con los faros encendidos y al ritmo de la ruidosa bocina.

A 200 metros de cada intersección, el maquinista acciona el silbato de advertencia para que autos y peatones liberen la vía, pero no lo hacen. En los pocos segundos que tienen para “ganarle al tren”, cualquier suceso desafortunado —una falla mecánica, un tropezón— puede ser mortal.

Dentro de la cabina de control, Manuel —gafas oscuras, overol naranja, botas negras— tiene siempre una mano en la palanca de freno. “Nunca falta un imprudente”, dice con la mirada al frente. Unos 60 metros más adelante, una mujer ignora las alarmas y salta sobre los rieles para cruzar.

Buenos reflejos. Es imposible detener “de golpe” una locomotora modelo C39-8 de 165 toneladas. La máquina usa un sistema de frenado que funciona a la inversa que los mecanismos de inyección de autos y camiones. La rápida reacción de los operarios es clave.

Para evitar una tragedia en cada cruce, Henry Guido, de 31 años, está siempre listo para auxiliar al maquinista principal. Su cargo es jefe de tren. Igual de concentrado debe estar Luis Bravo, de 21 años, quien ocupa el puesto de “breakero”. Su trabajo es frenar los vagones.

En el mejor de los casos, al activar los frenos de emergencia, el ferrocarril avanzará entre 50 y 100 metros por inercia, lo suficiente para arrollar a un peatón o un conductor irreflexivo.

La mujer acelera el paso y esquiva la máquina por muy poco. Henry acciona la bocina, molesto. Ella eleva su brazo izquierdo flexionado y lo lleva sobre su hombro. “No fastidies”, parece decir. La escena se repite en todo el recorrido desde el Callao hasta Chosica.

Las normas vigentes sancionan al que invade los 10 metros laterales de los rieles, pero la disposición es letra muerta. Solo seis efectivos de la Policía Ferroviaria —una división olvidada, que se distingue por sus cascos azules— custodian la ruta.

Problema. Ese tramo debería ser el más seguro en la ruta ferroviaria hasta Huancayo. “El terreno es casi plano y hay pocas curvas, pero es más peligroso porque hay más casas, más cruces, más movimiento de personas”, asegura Manuel.

En los siete distritos que atraviesa el ferrocarril hay intersecciones de alto riesgo. Las avenidas Néstor Gambeta, Elmer Faucett, Nicolás Dueñas, Riva Agüero y Huachipa son las más peligrosas, cuenta el equipo de maquinistas.

Al lado de los rieles no solo hay invasiones, covachas de drogadictos e indigentes que aumentan el peligro. También se encuentran condominios, puestos de vigilancia, cercos ilegales de empresas. Los árboles también son un obstáculo porque limitan la visión en la cabina de control.

Para la mayoría de gente son amenazas inadvertidas, pero los maquinistas las enfrentan a diario. Su trabajo ya no solo es conducir una locomotora, también lo es evitar accidentes.

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