Se los juro. Nunca he creído en brujas, adivinadoras, hechiceras, esotéricas, tarotistas, curanderas, lectoras de cartas y manos, rumpólogas, astrólogas, mentirólogas, espiritistas, psíquicas, chamanes, parapsicólogos, vendedores de sebo de culebra y videntes. Menos en esos que hasta tienen Facebook con los muertos y nigromantes en general. Solo husmeo los reclamados horóscopos de Amatista por una inherente cuestión de revisión, nada más.

Se preguntarán: ¿Y a qué viene tanto rollo con estas señoras y señorones? Y es que, muchos de ellos, son caseritos de los programas faranduleros de televisión, en los que suelen inquirirles quién se morirá este año, quiénes se casarán o separarán, a quién le sacarán la vuelta, si habrá terremoto, si después del domingo viene el lunes, si iremos otra vez al Mundial, si algún día lloverá para arriba, si Andrés Hurtado será presidente, etcétera.

Ninguno de ellos, ni por asomo, ni por iniciativa propia, ni ante la pregunta de un inexistente avispado animador, predijo -por obra y gracia de la casualidad- que un virus hijo de murciélago iba a volar desde la China por todo el mundo para tenernos con la sangre en el ojo y un nudo en la garganta. Claro que, si lo decían, tampoco cambiaba la historia, no obstante, enerva escucharlos hablar ahora de profecías nostradámicas y esas banalidades de siempre.

Así como la prevención frente a un sismo de gran intensidad, seguido de tsunami, cada vez es más científica, si no que lo diga Japón, temas de vital importancia como la pandemia del COVID-19 no debe estar en boca de estos charlatanes que, generalmente, no ven más allá de su nariz y, en ocasiones, lanzan pronósticos totalmente irresponsables con sus bolas de cristal.

Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, hasta mañana.