Foto: AFP | Diario Ojo
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Qué tal.

Repasaba en la web de El Comercio la nota con el titular: “Covid-19: la posible vacuna creada en el Perú sería probada en humanos en octubre”. Chévere, ¿verdad?

Y luego del “bendito sea Dios”, me puse a pensar ¿cómo recibiría el mundo y, en particular el Perú, la confirmación de la panacea para este ?

Recordemos, además, que son muchos los esfuerzos mundiales en busca de un tratamiento que ponga fin a la y, si no es aquí, en cualquier otro lado hallarán la cura bendita.

De hecho, todos brincaríamos hasta el techo y quedaría por sentado que la ciencia es más grande que la enfermedad. “Es una cura tan mía/ y mi privada alegría/vale más que tu mentira/que me llenaba de ira/y nada más/”, entonarían otros remedando a Frankie Ruiz.

Ciertamente, sería un renacer. Más que eso: un revivir. Y, claro, no faltaría el desbande, la exageración, la sed incontenible, el estrés bañado en trago, el apuro por que esté en todas las farmacias.

Esa sería la forma. El fondo estaría compuesto por tantos cambios como bastones tiene el coronavirus en su estructura. Empezando por el comportamiento humano. Un virus nos puso pico a tierra y tuvimos que ceder espacio, aire y tierra, producto del miedo a la muerte.

Ha quedado demostrado que no somos una raza distinta e inmune. Y a partir de esta verdad, dada ya la vacuna, tendríamos que ser conscientes de dicha debilidad y nunca más volver a mirar por encima del hombro al vecino, al transeúnte necesitado, al Juan Pérez de cerro.

Y, claro, la interacción laboral también abriría atajos tecnológicos insospechados. Las ostentosas oficinas podrían empezar a ser museos y el feedback correría como reguero de pólvora por Zoom, Webex y otras plataformas para videollamadas. O sea, el teletrabajo pasaría a ser el modus operandi de moda en las chambas, amén de metamorfosis kafkianas diversas.

Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, hasta mañana.