Estamos de acuerdo con que se le retire la seguridad personal a los congresistas 2020-2021 y que, esos policías que -hasta antes de la disolución- se asoleaban y bostezaban su inacción esperando a que se inicie el zigzagueo de los padres de la Patria rumbo a actividades muchas veces banales, pasen a reforzar la lucha contra la inseguridad ciudadana, que nos tiene a salto de mata. Es justo y necesario.

Los eventuales alegatos sobre esta decisión del Ejecutivo, anunciada por el ministro del Interior, , seguramente tendrán algunas aristas atendibles, pero nada puede rebatir el hecho tangible de que en el Perú hay un policía por cada 803 habitantes, según la Contraloría. O sea, solo hay que encomendarnos a nuestro ángel de la guarda (para que no nos desampare ni de noche ni de día).

Por si acaso, la función de representación, que es inherente a cada legislador, no implica ir a desparramarse en una curul, hablar por teléfono, consumir agua y café todo el día y recibir un sueldazo. No. Acarrea, al fin y al cabo, honrar el voto de su elector con proyectos de ley que lo beneficien. Entonces, qué mejor que un acto de desprendimiento de los flamantes parlamentarios para tener calles mejor cuidadas.

Algunos dirán que una golondrina no hace verano y que 400 policías no es un universo que vaya a cambiar radicalmente el panorama de inseguridad que vive el país. En efecto, no obstante, sí puede dar pie o coadyuvar a la conformación de un equipo de élite dedicado exclusivamente a la inteligencia, que es un componente necesario para dar caza a los peces gordos de la delincuencia común y el crimen organizado. Digo.

Esto fue todo por hoy, cierro el Ojo Crítico, hasta mañana.

*He compartido con ustedes mi columna de hoy en diario Correo.