Qué tal.

Había una vez dos cabras que, ansiosas por vivir en libertad, abandonaron sus rebaños y bajaron las montañas, por diferentes pendientes, hasta la orilla de un río. Por una extraña situación, los dos animales se encontraron en lados opuestos de la corriente de agua, separados por un tronco de árbol que hacía de puente sobre el ancho del caudal.

El madero era demasiado estrecho y solo podía pasar un animal o persona a la vez. Las dos cabras se miraron y, por lo testarudas, tercas e irresponsables que eran, decidieron avanzar por el tronco simultáneamente.

En un determinado momento, las dos cabras se toparon frente a frente, a la mitad del camino. Pero ninguna quiso ceder el paso a la otra. Y allí se quedaron, horas de horas, sin que ninguna dé su pata a torcer, hasta que el tronco empezó a romperse, y finalmente acabaron cayendo al río. Moraleja: La testarudez y la terquedad son pésimas compañeras.

Esta fábula de Esopo dibuja perfectamente lo que sucedió en la discoteca del terror, de Los Olivos, con un saldo trágico de 13 jóvenes asfixiados en una estampida, luego de ser ampayados por la Policía en plena juerga.

Más de 200 cabras descarriadas bajaron a la discoteca Thomas Restobar y se entregaron a los placeres prohibidos en tiempos de toque de queda. Era una fiebre de sábado por la noche, con muerte anunciada, mientras la Covid servía el contagio en vasos llenos. Hasta que acabó el pastoreo. Los vecinos llamaron a la Policía.

La puerta del infierno no se abría. Adentro, todos querían cruzar por el tronco de la salvación, pero fue peor porque se armó un tumulto en la fatídica escalera y faltó el oxígeno.

Lo que hemos visto después es un mar de lágrimas, autoridades que se tiran los fallecidos, empresarios mata gente y la confirmación de que, como digo hoy en mi columna en diario Correo, vivimos en un desacato mortal. Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, hasta mañana.