En Lima y en el Perú, en general, vivimos y actuamos como se nos da la regalada gana. Cada uno impone sus propias normas, aunque eso implique pisotear los derechos de los demás.

No hay respeto por nada ni por nadie. Los niños son un estorbo y los ancianos un obstáculo, sobre todo en el transporte urbano.

Práctica fácil es “hecha la ley, hecha la trampa”. Nos gusta sacarle la vuelta a todo. El avivato presto a engañar al prójimo se agazapa en todas las esquinas. La ley de la selva pues en toda su dimensión.

Calles y plazas que son tierra de nadie. Gente que se zurra en el cuidado del medio ambiente. Cochinos a la vela que dejan sucias las playas. El irrespeto y la informalidad campea en el quehacer nacional. Una clase política putrefacta, con las excepciones del caso por su puesto. ETC.

Y es por causa de este maldito hilo conductivo en el comportamiento de los peruanos que, al final, lloramos dantescas tragedias como la de , que tuvo como protagonista a un camión-cisterna repleto de GLP que con un bachecito en la pista enlutó a varias familias.

La prevención no existe. No se practica. Es un saludo a la bandera. Por ejemplo, qué se ha hecho después del incendio en Las Malvinas, donde también hubo víctimas. Nada. Naaa-da. Que Dios tenga en su seno a los fallecidos por la fuga de gas y la explosión.

Esto fue todo por hoy, cierro el Ojo Crítico, hasta el lunes.

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