¡Qué tal!

Es chévere juntarse con los amigos y departir algún trago, sacar a la flaca a una discoteca, llevar a la esposa a una pachanga; en buena cuenta, reír, gozar y vivir la vida, la, la, la, la, como recomienda Marc Anthony.

Sin embargo, en este momento y no se sabe hasta cuándo, habrá que amarrase los pies y remojar la garganta en nuestra propia comarca hasta que haya luz verde del Gobierno para destapar una botella y echarse un pie en un bar o una discoteca.

Tan genial como es, Joaquín Sabina ya había definido a priori esta situación de confinamiento con una frase de antología: “Y jugar por jugar, sin tener que morir o matar, y vivir al revés, que bailar es soñar con los pies”.

Y claro, el libre albedrío, a manos de la ciencia y las fuerzas de la luz, dondequiera que estén, podría llegar con la vacuna, que yo llamo Maná. En ese momento, demandaremos que la conciencia retorne a la Tierra, como dice el canto celestial de Yoganrock.

El virus cambió a los seres humanos y no hay vuelta que darle.

Lo factual es que, en la cuarta fase de reactivación económica que se viene, o sea agosto y octubre, todavía seguirán con candado los bares y las discotecas, según la ministra Pilar Mazzetti. El alegato es que “son lugares cerrados y, debido a la cercanía de la gente, se podrían producir nuevos contagios”. Yo encuentro un tufillo de injusticia en esta decisión.

Si los restaurantes atienden con un aforo de 40%, por qué no hacer lo mismo con los bares, que son cuadrantes parecidos. Y las discotecas, que ahorita son negocios muertos, también necesitan una solución.

Está bien el retiro de los aportes a la ONP y excelente el segundo padrón de peruanos, con 1.8 millones de beneficiarios de 760 soles, pero cuidado que estos bonos o subvenciones muchas veces no alcanzan a peruanos emprendedores que han visto como su capital de trabajo se diluye como el agua entre las manos.

Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, los leo en mis redes sociales, hasta el lunes.