La verdad, uno ya no se sabe en qué idioma dirigirse a gran parte de los peruanos para que entienda.

Lo pide el , lo suplica el papa Francisco, lo piden los que han vuelto a la vida luego de vencer al pero naca la piriñaca. Simplemente, les llega.

Este lunes, por ejemplo, otra vez varios mercados y calles de Carabayllo, Santa Anita y San Juan de Lurigancho lucieron cargados de comerciantes, expendio informal y transeúntes a diestra y siniestra. Un disloque total.

Esta gente se alucina inmune y que el virus jamás la va a alcanzar, pero lo que no quiere o se resiste a aceptar es que está jugando a la ruleta rusa, y que el coronavirus gatillará la bala mortal.

Esta resistencia compulsiva al orden y a la vida en general nos hace visualizar que, terminada la cuarentena, o sea la próxima semana, se puede reavivar la pandemia en su grado máximo y mandar al tacho todo el esfuerzo económico y mental que el Gobierno y muchos connacionales han hecho para frenarla.

Aquí, y fastidia martillar con lo mismo, se necesita mano dura gubernamental e inteligencia estratégica para que las medidas se cumplan y, finalmente, esa curva tope empiece a achatarse.

España estuvo en el suelo con las estadísticas de la enfermedad y, el sábado, la población volvió a las calles con una sonrisa de oreja a oreja porque hicieron la tarea con la cuarentena y la cifra de contagios y muertos disminuyó ostensiblemente.

Nosotros, que vamos a retomar una supuesta normalidad poco a poco, debemos mirarnos en ese espejo: la madre Patria ahora cumple sin chistar una serie de franjas horarias para las diversas actividades, como pasear, trabajar, ETC.

Con ojo crítico les digo: basta ya de tanta irresponsabilidad. Como hemos visto en Caquetá y Surquillo, nosotros le estamos dando de comer al virus en los mercados. Y eso no es otra cosa que alimentar a la muerte.

Esto fue todo por hoy, los espero en mis redes sociales, hasta mañana.