Qué tal.

Paolo ha demostrado que es un guerrero. Desde que se conoció el resultado analítico adverso en el examen antidoping, el capitán movió cielo y tierra con el fin de demostrar que una situación extraña jugó en su contra en el hotel de la concentración.

El testimonio de los mozos del Swissôtel confesando haberle dado el té en una jarrita contaminada con mate de coca, es para el capitán como un buen pase largo para enrumbar hacia la verdad y, finalmente, limpiar su imagen.

Hay que pregonarlo: Paolo -a partir de la sanción disciplinaria de la FIFA y el TAS- perdió tiempo, perdió dinero, perdió crédito, perdió tranquilidad, perdió hinchas. Y casi se pierde el Mundial, aunque llegó fuera de forma por tanto ajetreo.

El caso del goleador peruano me recuerda lo que pasó con Craig Coley, en California. Lo sentenciaron a cadena perpetua por el crimen de su novia y el hijo de esta. Como él insistía en su inocencia, un día reabrieron la investigación y concluyeron que era inocente. Por los 39 años que estuvo en la cárcel le pagaron 21 millones de dólares de indemnización.

Paolo, si la razón está de su lado, tiene que hacer prevalecer sus derechos. Su abogado ya anunció que evalúan demandar al referido hotel por daños y perjuicios. Al capitán se le respeta

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