Qué tal.

Las imágenes del expresidente Alan García, a media escalera de su casa y con pistola en el bolsillo, decidido a quitarse la vida para no caer en manos de la Policía y del fiscal que llegó a enmarrocarlo, son dramáticas.

Hasta se le ve que toma aire, se lleva la otra mano al pecho y transita raudo la recta final de su vida que acabó con el balazo del adiós.

Luego se supo que el tótem aprista solo estaba esperando ese momento porque, como confesó su secretario personal Ricardo Pinedo, la carta de despedida -que fue leída por una de sus hijas en pleno cortejo fúnebre- la tenía lista desde hace varias semanas.

Si la escena vista anoche es sobrecogedora, la parte final de su misiva no lo es menos: “Por eso le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones, a mis compañeros una señal de orgullo, y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversariosporque ya cumplí la misión que me impuse”. La pregunta es ¿quiénes son esos adversarios aludidos y que tienen que cargar con ese peso?

Finalmente, lo que diga Jorge Barata a partir de mañana puede ayudar a conocer el grado de culpabilidad con que se fue de este mundo el irrepetible Alan García.

Esto fue todo por hoy, guardo el lápiz, hasta mañana.

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