Qué tal.

Hace dos semanas, el escándalo lo puso el congresista puneño Yonhy Lescano por un evidente acoso sexual a una periodista.

Luego apareció una lista de padrastros de la Patria -con el perdón de los padrastros buenos- que “vivieron” al Parlamento con gastos de representación cuando en realidad estaban de viaje en el extranjero, también con plata de todos nosotros.

Y ahora tenemos que el congresista no agrupado Roberto Vieira ha sido acusado por su propio primo, un empresario pesquero, de pedirle una “aceitada” de 20 mil cocos para ayudarlo a que el ministerio de la Producción le levante la suspensión a su embarcación.

Duele manifestarlo, porque de por medio están la institucionalidad y la majestad de un poder del Estado tan importante, pero el Congreso, este Congreso, ha caído en una degradación irreversible.

Todas las semanas tenemos un legislador destruyendo la ya precaria aceptación ciudadana de la casa de las leyes, y no les falta razón a quienes pronostican que, así como va, con esta tendencia al escándalo, estamos ante uno de los peores Congresos de la historia, sino el peor.

Y lo criticable es que se cuidan las espaldas entre ellos, en un mal entendido espíritu de cuerpo. Una vergüenza.

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