Qué tal.

Hagamos números. Según estadísticas de Unicef, cada cinco minutos fallece un niño en algún lugar del mundo producto de la violencia.

Esto nos lleva a concluir que el asesinato de Jimenita, la niña de 11 años que fue secuestrada, ultrajada, ahorcada y quemada en SJL, forma parte de esta numeralia y devela la vulnerabilidad a que están expuestos nuestros menores de edad.

En Indonesia, la pena de muerte para violadores de niños entró en vigencia en 2016 cuando una chica de 14 años fue vejada por varios depravados, mientras que en Bangladesh, el mínimo contacto sexual con un niño, aunque no implique penetración, califica para la pena capital.

Para pensarlo, ¿verdad? Y contamos esto con el ánimo de apuntalar los pedidos de que la pena de muerte entre en ejecución en nuestro país, sin que se entienda que estamos de acuerdo con la propuesta de marras.

Lo claro es que no queremos más niñas o niños victimados a manos de monstruos que pululan por las calles. Y para eso requerimos al menos dos decisiones rápidas: (1) vigilancia extrema y mayor protección al grueso infantil, que es el futuro del Perú, y (2) una renovada política de salud mental, para detectar y tratar a enfermos sexuales como el “asesino de la bicicleta”. Salvo mejor parecer.

Esto fue todo por hoy, guardo el Lápiz, hasta mañana.

Esto fue todo por hoy, guardo el Lápiz, hasta mañana.