Qué tal.

Se cumplió un mes de la violenta desaparición de Alan García, expresidente de la República y líder del partido aprista peruano.

Simpatizantes o no de García Pérez, a los peruanos, esta muerte, debería llevarnos a meditar sobre el rumbo vergonzoso que ha tomado la política peruana.

Lo decimos porque la mayoría de autoridades de las últimas décadas ha caído en la tentación de la corrupción y hoy está con el rabo entre las piernas ante la posibilidad de ir a la cárcel, aunque algunos ya lo están.

Alan partió al más allá porque no quiso ser parte del más acá, allí donde iba a ser apresado, esposado y fotografiado como un sauce caído. Hoy, luego de las confesiones de Barata, se entiende de alguna manera su trágica decisión. Al parecer no era tan cierto eso de que: “otros se venden, yo no”.

Ya lo hemos planteado en este rincón editorial: la política nuestra de cada día necesita una refundación, una profilaxis, un cambio de chip.

Pero no hay señales de cambio por ningún lado: por ejemplo, el Congreso se esconde en su inmunidad y Héctor Becerril duerme a pierna suelta, mientras el trabajador con sueldo mínimo se saca el ancho para llevar el pan a su casa.

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