Qué tal.

La connotación de  se ha ido distorsionando en el camino. Debería ser la fiesta de los niños, ¿verdad?, porque evoca el nacimiento de Jesús. Pero eso no es tanto así, sobre todo en nuestro país, donde son muchos los que la ven como la gran oportunidad para amanecer tirados en la playa y ahogarse en alcohol.

Quien pone el punto sobre las íes, con la precisión que le conocemos, es el propio Papa Francisco. Y lo hace con estas palabras: “La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de la oración sobre ‘mi tiempo’, de Dios sobre mi yo”. Parecen jalones de orejas directos para el Perú dada la coyuntura que vivimos.

Lo cierto es que, bajo estas premisas del Vaticano, tenemos que ofrecerle una genuflexión a Papalindo, golpearnos el pecho y agradecerle por habernos dado un país maravilloso, al que es menester cuidar y liberar de males endémicos como la corrupción y la violencia social. Este año han muerto muchos niños a manos de fariseos y feminicidas sin piedad, y llegó la hora de decir. ¡Basta ya!.

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