El “julgo lorcho” siempre le metió goles a Chollywood. Claro que casi nunca ganó el partido porque el respectivo ampay, por lo general, resultó un autogol para el jugador que afectó el matrimonio y la familia. Ejemplos hay como pulgas en panza de perro.

Ahora tenemos sobre el tapete el caso del “Caballito” Paolo Hurtado y la expolicía Jossmery Toledo, quienes creían que se pasaban pa´l Cusco con un encuentro furtivo de altura, sin embargo, por ahí rondaban los chacales de la despenadora Magaly Medina y cayeron en la trampa.

El pelotero, que convirtió uno de los tantos con los que la selección de Gareca derrotó a Ecuador en Quito, ya perdió soga y cabra porque su esposa, la firme, la madre de sus hijos, no perdona posiciones adelantadas y lo mandó a jugar bien lejos, tocando el pitazo final de un matrimonio de 10 años.

La data histórica dice que siempre hubo un romance prohibido entre la pelota y la farándula. No es una manía de ahora. “Solo que los jugadores de antes sabían hacerla”, acota un amigo caricaturista. Y hay futbolistas que simplemente se dejaron ganar por la tentación de la voluptuosidad siliconeada y, luego, han llorado su desgracia.

“Por tonto, porque no supe hacer las cosas bien, no supe tomar buenas decisiones, no le supe hacer caso a mi papá y a mi mamá, a mi representante, en pocas palabras la cagué”. El mea culpa de Reimond Manco, padre putativo de la “Chica realidad”, refundido ya en el ocaso sin haber explotado las cualidades que todo el mundo le atribuía cuando apareció como “Jotita”.

Conclusión: la tramposería nunca paga, menos si eres un personaje atractivo para las pantallas de televisión.