Por: Vagabundo

Salí de Chupaca hacia Chuyas a las cinco de la tarde, aproximadamente. Como rutina de cada época del año voy de comunidad en comunidad transportando mercancía para tiendas minoristas. En el transcurso de mi vida laboral como chófer me enfrenté a varios obstáculos causados por la naturaleza. Para evitar largos tramos de soledad recojo algunos pasajeros en el camino. Conozco la historia de cada curva y los lugares encantados donde quedaron atrapados las vidas de muchos compañeros. Las versiones que escuché durante este tiempo tienen la misma trama. Esta vez me tocó formar parte del narrador, un papel más difícil que me mantiene dubitativo.

En la carretera a la altura de la hacienda Acopalca recojo a un señor de aproximadamente 70 años, con una manta amarrada y con un bastón de apoyo. Por la oscuridad no llego a ver su rostro completo. Mientras conduzco me comenta sobre sus nietos, asuntos de su nuera y sobre los pobladores de Chuyas. Durante la conversación nunca nos miramos la cara. Detalle atípico en un viaje de casi una hora y media.

Me contó sobre los fantasmas que deambulan en la comunidad de Chuyas. Me dice que tengo que tener cuidado porque el alma del cuerpo de la señora que fue hallada en estado de putrefacción hace cuatro días en la soledad de su choza está matando animales, de día anda como perro y de noche como un caballo, pero según los comuneros se puede transformar en el cuerpo de su víctima. “Pobre, por qué estará sufriendo, los apus no quieren acoger su alma en vida, seguro hizo algún daño, pero dicen que era la persona más alejada, casi no tenía contacto con la gente, entonces ¿por qué estaría pasando por la antesala del dolor espiritual?”, se pregunta el señor.

Sentí un poco de susto tras sus comentarios, pero, dije que es una torpeza porque en estos 10 años de trabajo nunca tuve una experiencia similar, pero sí escuché historias terroríficas. Me animé de valor para decirle que esas historias son inventadas por los vagos de la comunidad, porque no tienen nada que hacer y andan por los campos inventando cualquier pachotada.

El señor movió la cabeza negando mi teoría y comenta que en la comunidad no existen vagos, porque Chuyas es un lugar de pocas personas y mucho trabajo. Entramos a la zona donde las curvas son más pronunciadas y siento un olor de carne en estado de putrefacción, pienso que habrá muerto algún animal; sin embargo, el olor comienza a sentirse en cada curva que volteo hacia la izquierda. Ya no me pareció normal, pienso que me estoy sugestionado, intento preguntar al señor, pero no me armo de valor, cada vez que quiero hablar cambio de tema y prefiero preguntar por su vida durante su juventud y qué hacía en la hacienda.

Me cuenta que es una persona que viaja de comunidad en comunidad curando las enfermedades que no pueden curar con la ciencia. Él heredó de sus antepasados el don para curar algunas enfermedades. Casi durante toda su vida se dedicó a ello y regresa sólo dos veces al año a su casa, el resto de sus días pasa lidiando con los males carnales que aquejan a muchos hogares. Esta vez está de regreso a casa, llegará a la posada de su primogénito que vive a 3 kilómetros antes de llegar a Chuyas, “es una casa mediana justo debajo de la carretera”, comenta agachando la cabeza.

Volví a sentir el olor, pero esta vez no era en una curva, sino cuando el señor movió el equipaje. En ese momento me quedó claro que el señor está transportando algún charqui que le dieron por su trabajo y seguro falta secar.Me dice que estamos cerca a la casa de su hijo. ¿Cuánto sería la gracia?” Pregunta. Le digo: “señor, no le cobraré porque ya tiene una edad avanzada”. Respira y comenta que no le desprecie su voluntad, me dio cinco soles. Cuando rebuscó su equipaje para sacar el dinero sentí el olor más intenso. Intuí que el señor lleva viajando por mucho tiempo cargando la carne en ese estado. Llegamos a su destino bajó el señor, no volví a sentir el olor. Voy a la casa donde me alojo cada vez que llego al lugar, y me quedo dormido hasta diez de la mañana.

Tomo un baño, voy a cuadrar el carro para descargar la mercadería para distribuir en las tiendas y me di cuenta que la manta (equipaje) del señor estaba debajo del asiento. Tuve una enorme curiosidad, abrí la manta y sólo había víveres y algunas golosinas, no había nada de carne, se me hizo extraño y pensé tal vez tenía dos equipajes. Termino de descargar la mercancía y voy de regreso para entregar el equipaje del señor en la casa donde había bajado.

Me recibe una señora de unos 35 años. Le saludo y le comento sobre el señor que bajó anoche aquí, porque se había olvidado su equipaje. “Debe ser su suegro, por favor entrégale esto”, y le doy el equipaje. La señora me queda mirando y dice que esa manta sí es de su suegro, pero él murió hace un mes. Su último mensaje antes morir fue que tenía un recado pendiente en Chupaca. La señora comenzó a llorar, llamó a su esposo, el esposo no podía creer. Yo no pude hacer nada, me quedé con un vació en el interior. Ya pasó un año de este hecho, el vacío sigue persiguiendo mi ser y aún no encuentro una explicación. Hasta ahora no vuelvo al lugar y no sé cómo asimilaron sus familiares sobre este hecho.

Son historias que pasa a un camionero en Perú profundo.