Magaly Moro

Lucero (25, Barranco). Señora Moro, hace un año conocí a un chico en Tinder, me atrajo mucho físicamente, pero luego nos conocimos más y me di cuenta que ambos buscábamos algo más que una relación casual. Arturo es un buen chico, responsable, trabajador y cariñoso, pero tiene un defecto, aunque quizás para otros podría ser considerado una virtud, resulta que tiene un amor obsesivo por las plantas.

La primera vez que me invitó a su departamento, me quedé asombrada con la cantidad de macetas que tenía, incluso había muchas en su cuarto, Yo, por educación, le dije que me encantaba su espacio, que era 100% natural, pero nunca imaginé que mes a mes su hogar se iría convirtiendo en una selva. Tengo miedo que tenga algún problema psicológico del que no me haya percatado.

Lo que más me incomoda es que siempre dice no tener dinero, a veces soy yo la que invita la cena o tiene que pagar los gastos de las salidas; sin embargo, cuando llego a su casa, me doy cuenta que tiene una planta nueva. “Estaba en oferta y no me pude resistir, amor. Además, es mejor que gastar en otras cosas tontas, como cerveza o cigarros. Al menos no tengo vicios”, expresa como para evitar que yo reniegue.

Hace poco le dije que si más adelante viviéramos juntos, yo no permitiría que hubiera tantas plantas y no sabe lo que respondió: “Entonces búscate otro, porque a mis plantitas no las dejo por nada ni nadie”. ¿Qué hago, doctora Moro?

Ojo al consejo

Querida Lucero, cada ser humano tiene sus propios gustos y con tu comentario, sin querer, condicionaste a Arturo. Lo mejor que puedes hacer es intentar descubrir por qué le gustan tanto las plantas y si notas que la situación se complica más, entonces aconséjale buscar ayuda profesional. Cualquier acción en exceso es mala. Mucha suerte.