Magaly Moro

Amanda (42 años, Barranco). Doctora, no sé si estoy viviendo un sueño o una auténtica pesadilla. Hace dos días recibí una visita inesperada por la noche: era Ángel, el chico del que me enamoré locamente a los 17 años y a quien creí que jamás volvería a ver en toda mi vida. Pero allí estaba mi primer amor, parado en mi puerta, con los ojos llorosos y diciendo que jamás me había podido olvidar.

Ángel y yo tuvimos una hermosa relación durante nuestra adolescencia. A pesar de ser tan joven, yo estaba segura que él sería mi esposo y el futuro padre de mis hijos, pero el destino no nos dejó estar juntos. Sus padres creían que yo era muy poca cosa para su hijo y lo obligaron a mudarse a otro continente para alejarlo de mí.

En nuestra despedida, yo le juré que jamás lo olvidaría y él hizo lo mismo. “No importa cuánto tiempo pase, yo te buscaré”, me prometió entre lágrimas. Sin embargo, ese 14 de enero de 1996 fue la última vez que lo vi. Nunca volví a saber más de él y hasta creí que había muerto, por lo que decidí continuar con mi vida.

Ahora yo estoy felizmente casada y tengo dos hermosos hijos. Por eso, mi primera reacción ante la presencia de Ángel fue cerrarle la puerta en la cara y pedirle muy molesta que se largara, que ya era muy tarde. Él se fue, no sin antes pasarme por debajo de la puerta su número de celular.

No sé qué pensar, doctora. Yo amo profundamente a mi marido, pero mi corazón dio un vuelco de felicidad al ver a Ángel. ¿Debería llamarlo? Estoy muy confundida.

Ojo al consejo

Estimada Amanda, el mejor consejo que te puedo dar es que entierres ese amor del pasado. Ya no eres una adolescente y ahora tienes un tesoro en casa que debes cuidar: tu familia.

Además, si el amor de Ángel era tan fuerte como te prometió, él hubiera hecho hasta lo imposible para verte. Tuvo 25 años para comunicarse contigo y no lo hizo. No cometas una locura.