Magaly Moro

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Fausto (73 años, Surquillo). Señora Magaly, es un placer dirigirme a usted en esta ocasión, soy un asiduo lector de su columna y, pese a mi avanzada edad, me gustaría saber su opinión sobre un tema que no me deja vivir en paz. Le quiero contar sobre Gladys, mi querida esposa.

Ella y yo llevamos casados más de 40 años; tenemos tres hijos maravillosos, dos nietos y un perro chusco igual de viejo que nosotros, el cual se convirtió en nuestra única compañía cuando nuestros hijos decidieron marcharse de casa para formar su propia familia.

Como podrá ver, Gladys es el amor de mi vida, mi compañera más leal, mi todo. Por eso mismo me aterra la idea de perderla algún día y quedarme solo en esta casa tan grande y vacía. Mi miedo tiene un porqué, doctora

En julio del año pasado mi esposa se contagió de coronavirus, estaba muy mal y los doctores me decían que no sobreviviría. Fueron días bastante tristes para mí, no sabe cuánto le pedí a Dios que no me la arrebatara de mi lado, no todavía. Milagrosamente ella se recuperó y regresó a casa; sin embargo, la veo cansada y decaída desde entonces.

Siento que no tiene ganas de vivir, doctora. No es mi Gladys alegre, coqueta y llena de energía que por tantos años amé.

Cuando le dije que el presidente había anunciado la llegada de la vacuna al Perú, ella me confesó que no se la pondría. “De todas formas me falta poco para morir, Fausto”, me dijo cabizbajo.

Doctora, ¿Qué puedo hacer? No soporto la idea de estar solo en este mundo sin ella. Ayúdeme.

Ojo al consejo

Querido Fausto, antes que nada déjame felicitarte por ser un esposo tan noble.

Te recomiendo que hables con tus hijos y nietos para que todos puedan pasar tiempo con Gladys, a través de llamadas o videollamadas, ella los necesita más que nunca.

Además, considera buscar ayuda psicológica a domicilio. Mantén la sonrisa, todo saldrá bien. ¡Suerte!