Magaly Moro

magalymoro@prensmart.pe

Pedro (34 años, Independencia). Estimada doctorcita, necesito contarle mi historia con el fin de que me pueda ayudar. Me casé muy joven con Gianella, el amor de mi vida. Es la mujer más maravillosa que conocí y vivíamos felices juntos pero, a veces, como cualquier pareja, discutíamos.

Nos casamos cuando apenas teníamos veinte años, estábamos enamorados, pero éramos muy inmaduros.

Tuvimos que crecer estando juntos y eso nos llevó, muchas veces, a enfrentarnos.

Siempre ocurría lo mismo entre nosotros, comenzábamos discutiendo por cualquier asunto cotidiano y terminábamos recriminándonos errores pasados, mezclando un argumento con otro, enredando la situación hasta hacerla insostenible. Para mí era fundamental hacer que ella comprendiera mi punto de vista, también quería, a toda costa, que fuera la que se acercara a mí y me pidiera disculpas. Estaba muy equivocado. El orgullo se convirtió rápidamente en una barrera que nos separaba.

Un día, luego de una tremenda pelea, me fui a casa de mis padres para darnos un espacio e intentar pensar con claridad. Sentía que ya no podíamos estar en el mismo espacio y ella creía lo mismo. Ni siquiera nos despedimos. Gianella sabía que todo esto que se había desatado era su culpa, pero no iba a cambiar su decisión y yo menos. Me fui muy triste de casa y todavía me siento así. Sé que ella también está mal, me lo ha dicho su mejor amiga, pero este maldito orgullo nos impide continuar con este romance. ¿Qué debo hacer, doctora?

Ojo al consejo

Querido Pedro, el orgullo no puede dominar sus vidas más que el amor, porque lo único que lograrán es ser infelices y se terminarán arrepintiendo todas sus vidas. Quizás a ella le esté costando tanto como a ti, pero sé más maduro y actúa antes que la pierdas por completo.  Si logran reconciliarse les recomiendo acudir a terapia para llevar una relación más sana. Suerte.