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Aunque nos gustaría creer en lo contrario, lo que los demás piensen de nosotros sí nos importa y nos afecta aún si no los conocemos. Por eso, cuando quedamos como 'tontos' o nos humillan públicamente, experimentamos un dolor que deja huella.

 

Existen formas sutiles de como los gestos despectivos, pero también existen las formas más obvias, con insultos o frases del tipo “tú no vales nada”. Esa disminución del afecto o rechazo, por no ser “suficientemente bueno”, hacen que la otra persona se sienta avergonzada.

 

Por ejemplo, el rechazo de los padres en la infancia produce problemas de baja autoestima que se llevan por toda la vida. La humillación de ser rechazado puede sentirse en varias formas: preferir a un hijo sobre el otro o comparar negativamente al hijo con otro niño, etc.


Si ese rechazo se repite a lo largo de la vida, la persona termina por concluir de que hay algo malo en ella y que no logra reconocer. Empieza a temerle a experimentar la misma sensación de nuevo y vencer ese temor no es sencillo. 

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