Sepultados
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Un ruido profundo y potente como un terremoto fue el aviso previo a la caída del incontenible huaico que arrasó la tarde del Jueves Santo con gran parte de las viviendas de los barrios Mariscal Castilla y San Juan de Bellavista, en la quebrada de San Fernando, en Chosica, y que provocó cuantiosos daños materiales y dejó a la intemperie a por los menos unas 600 familias.
Sin embargo, fue justamente el tronar de las gigantes rocas al caer por la pendiente lo que permitió que decenas de familias huyeran despavoridas de sus viviendas para salvar la vida. 'Una fuerte lluvia de más de tres horas nos había puesto en alerta, pero nada hacía presagiar la caída de un huaico. Luego del ensordecedor ruido que parecía un trueno pero a muy corta distancia, me asome a mi balcón para observar el cauce del huaico y lo que vi me hizo temblar de miedo', cuenta el vecino Juan Silvestre Arroyo.
'El lodo bajaba con grandes rocas por su cauce natural, pero nada lo contenía y ya estaba cerca de mi casa. Avisé a mi esposa, mis dos hijas y mi nieta para salir inmediatamente de la casa por la parte posterior. La desesperación y las primeras rocas que ya golpeaban el frontis de la casa generó que me cayera y fracturara el brazo. Lo mismo le pasó a mi nieta, pero estamos vivos. El huaico se llevó una parte de mi vivienda, una habitación está por caerse y ahora es difícil vivir acá', añadió el veterano vecino de San Juan de Bellavista.
Durante un recorrido por el cauce del huaico, OJO pudo comprobar que más de 50 viviendas quedaron completamente afectadas por la fuerza de las rocas y el barro. 'Desde hace 40 años que no caía un huaico por este cauce. Sin embargo, conforme bajaba del cerro el cauce se estrechaba porque algunas viviendas le habían robado espacio', aseveró Silvestre Arroyo.
A diferencia del huaico de Pedregal, en que murieron unas 100 personas, los ocho huaicos que cayeron el Jueves Santo entre Chosica y Chaclacayo sólo han provocado la muerte de una persona y 21 heridos, pero cientos de viviendas han quedado completamente inhabitables porque el lodo y las piedras han ingresado a todas las habitaciones, han cubierto los primeros pisos y en algunos casos han volado puertas y paredes para continuar con su descenso destructivo.
'Era como el fin del mundo. Mire cómo ha quedado mi casa. Da ganas de llorar, pero no lo hago porque estamos vivos y podemos volver a empezar. Lo hemos perdido todo. Mi mamá tenía una tienda y ahora no tenemos nada. El huaico entró por la parte de atrás y se llevó todo lo que teníamos. Nos hemos quedado sólo con lo puesto. Ahora pedimos una ayuda en agua, carpas, herramientas y mano de obra para limpiar mi casa', manifestó Brecia Serrano Ricalde, vecina de la cooperativa Pablo Patrón.
Mientras cada uno de los vecinos de la calle Las Begonias de la citada cooperativa luchaba contra el lodo, agua y rocas depositados en sus viviendas, brigadas de la Municipalidad de Lima, de Chosica, Defensa Civil y policías del Escuadrón de Emergencia de Lima Este se plegaban a la noble tarea de ayudar a los cientos de damnificados.
Otro grupo de vecinos apoyados por familiares solidarios o amigos llegados de otras zonas también emprendían la limpieza de sus casas con baldes, palas, carretillas, barretas y combas para romper las rocas que ahora reemplazaban a los enseres destruidos. Refrigeradoras, cocinas, roperos, equipos de sonido, puertas, ventanas, zapatos, vestidos, cuadernos y libros yacían enterrados por el lodo, mientras que otros objetos rescatados del lodo eran secados al sol para ver si todavía eran útiles.
Cuando llegó la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, algunos vecinos se le acercaban llorando para pedirle apoyo. La autoridad municipal les anunció que la ayuda ya estaba en camino y les pidió que envíen a sus hijos al colegio el lunes próximo, a pesar de que muchos escolares se habían quedado sin casa, uniforme y cuadernos.
Hasta la tarde de ayer ninguna autoridad había iniciado el empadronamiento de todos los damnificados para comenzar la entrega de ayuda de manera organizada. Decenas de familias, que no se movían de sus viviendas para proteger lo poco que quedaba, clamaban por agua, alimentos y un lugar donde dormir.