Los peruanos tenemos a la majestuosa ciudadela inca de Machu Picchu como la mayor atracción turística en el país. Es el lugar más apreciado por los turistas que llegan de todas partes para conocer una de las siete maravillas del mundo moderno. He viajado a Cusco en repetidas ocasiones. Algunas veces en modo “mochilero” y en otras por trabajo en comisiones periodísticas. Sin embargo, nunca olvidaré mi primer viaje al Cusco hace más de veinte años.
Para ir de viaje a inicios del 2000 era necesario aún llevar tu cámara fotográfica a rollos. En ese tiempo las modernas cámaras digitales comenzaban a comercializarse en algunas exclusivas tiendas y eran muy costosas. Y ni qué decir de los teléfonos celulares que aún no tenían el funcionamiento que ahora tienen. En esa época al retornar de cada viaje iba directo al estudio de revelados de fotos de mi “casero”, al costado del mítico cine Colmena (en ese entonces todavía funcionaba), en el Centro de Lima, para que revele las decenas de rollos fotográficos que había tomado de mis travesías. Rezaba para que ningún rollo se me vele (perder las imágenes). Llegaba emocionado pero tenía que volver al día siguiente para recoger todo el “paquetón” de fotos y que ahora las guardo con mucho aprecio.
Recuerdo con mucha nostalgia ese primer viaje al “ombligo del mundo”, como así es llamado Cusco, la Capital Arqueológica de América. Durante la secundaria mi querida profesora de Historia nos contaba de la importancia del Imperio Inca, de su grandeza, sus gobernantes, proezas y sobre todo del legado en la arquitectura y la ingeniería. Al aterrizar el avión en el Aeropuerto Internacional Velasco Astete comencé a ponerme ansioso no por el soroche (mal de altura) sino porque estaba muy cerca de conocer todo lo que había estudiado en el colegio. Todavía no existían los aplicativos de taxi por lo que tuve que solicitar el servicio a uno de los taxistas que esperaba en la puerta del terminal aéreo. Le dije que me lleve a la Plaza de Armas y minutos después mientras ingresaba a la avenida El Sol comenzaba a sorprenderme la ciudad con su calles angostas y empedradas.
Mi asombro se multiplicó al ver por la ventana del taxi el imponente Templo de Coricancha. Un palacio inca que mis ojos poco a poco lo perdían a lo lejos mientras avanzaba el auto. Luego tuve que volver para poder ingresar y conocer su interior debido a que era el lugar más sagrado de la religión incaica, dedicado al dios Inti, el dios del sol. Las puertas y muros del templo estaban cubiertos con oro pero tras la conquista española fueron saqueados.
Al bajar del taxi descansé en una de las bancas de la plaza, dejé a un lado mi mochila y contemplé por varias horas la maravillosa ciudad de los incas con cielo celeste. Mi asombro se exacerbó al ver la esplendorosa Basílica Catedral de la Virgen de la Asunción, construida entre los años 1560 y 1664. Tras reponerme de lo que había visto hasta ese momento decidí subir caminando al pintoresco barrio de San Blas. Mi barrio favorito en Cusco. Me dirigí por las calles Triunfo y Hatun Rumiyoc, y tuve que detenerme para tomarme una fotito con la famosa piedra de los 12 ángulos. La caminata terminó al llegar al acogedor barrio de artesanos con sus casas coloniales y que desde ese momento me cautivó.
Al día siguiente inicié mi recorrido por los atractivos turísticos de la ciudad hasta llegar al impresionante santuario de Machu Picchu, pero esa es otra historia y ya les contaré. Nos vemos.