“El primero de los sabios”, así se le llamaba en oriente. Nació en el año 980 en la actual Uzbekistán. A los 16 años sus conocimientos en medicina eran tan completos que se le encomendó cuidar de la salud del propio emir, al que le salvó la vida curándolo de una intoxicación por plomo. Sus textos más famosos son El libro de la curación y El canon de medicina.
Cuando estudio la personalidad y la obra de Avicena, observo en ella esa búsqueda constante del equilibrio y de la unidad que caracteriza a la antigua medicina árabe, en la que no hay ni puede haber contradicción entre el cuerpo y el espíritu, entre el individuo y la sociedad, entre la ciencia y la fe, entre la naturaleza y el hombre.
En los tiempos de Avicena, la medicina ya se dividía en curativa y preventiva. Consciente de esta última, escribe:
Sobre el sueño: “Es un fenómeno fisiológico de recuperación, a la vez física y cerebral. Evitar los excesos en el dormir, preferir el sueño nocturno al diurno, acostarse temprano y cuando la digestión esté avanzada”.
Sobre la lactancia: “En lo posible hay que dar la leche madre, por ser el alimento más próximo al que recibía en el útero”… La experiencia demuestra que la lactancia es un factor importante de protección contra las enfermedades.
Ejercicio: “Es el mejor medio para prevenir las enfermedades por retención. Los individuos que no practican la cultura física tienen los órganos debilitados y no reciben el soplo vital que es el instrumento de vida de cada órgano”.
Sobre el aire y el clima: “El aire al descubierto es mejor. El aire salubre, límpido, no contaminado por los vapores que emanan de las ciénagas, de las fosas, de las aguas usadas”.
Desarrolló ampliamente el estudio de las estaciones y cómo influyen en la salud del hombre. Recomendó mucha moderación personal para llevar una vida sana y duradera.
TE PUEDE INTERESAR:
La columna de Pérez Albela: Cómo nuestros pensamientos impactan en la salud
La columna de Pérez Albela: La dieta antiestrés
La columna de Pérez Albela: Beneficios del sulforafano