Veo por la televisión a los jugadores de la selección de fútbol de Canadá, vestidos con camisetas rojas y se viene el recuerdo cuando me retiraba triste y desconsolado del estadio Mordovia Arena en la ciudad de Saransk en Rusia. La selección peruana había perdido 1-0 con Dinamarca en su debut en el Mundial del 2018. Ese fatídico día los daneses también llevaban un uniforme completo de color rojo.
Me encontraba en la tribuna del estadio, a miles de kilómetros de distancia de mi patria y al otro lado del mundo. Al final del encuentro necesitaba que alguien me explicara por qué había perdido mi selección. Estaba devastado. No entendía de razonamientos. Los litros de cerveza que tomé durante el partido estaban haciendo su efecto e incluso los vasos que tomé terminé llevándolos al Perú para regalarlos como un souvenir a los amigos.
Al salir del estadio me tomé una foto con unos policías rusos llevando mis vasos. Ahora veo que muchas personas los venden por Internet. Su precio no baja de los cien soles. Recuerdo que los peruanos llegaban cargando “torres” de vasos al aeropuerto e incluso guardados en sus equipajes. Increíble. Los rusos nos miraban con total extrañeza.
Sigo recordando. No sé cómo llegué hasta el terminal de trenes de Saransk para retornar a Moscú y no era el único peruano sino cientos que llegaban dolidos por una derrota que no la esperábamos. El viaje iba a durar ocho horas aproximadamente, el mismo tiempo de una travesía de Lima-Huancayo, pero sin pasar por Ticlio, sin soroche y sin dolor de espalda. Como Rusia es un país gigantesco, sus trenes tienen camas, agua caliente, comida, licor y los pasajeros pueden dormir sin que nadie les moleste.
Ya me imagino cómo se retiraron a sus casas los compatriotas que acudieron el último martes al estadio Children’s Mercy Park de Kansas City, en Estados Unidos, para festejar un triunfo peruano contra los canadienses por la Copa América. Muchos llegaron de distintos lugares estadounidenses e incluso viajaron de diversos países de Europa.
Durante el viaje de regreso a Moscú, no pude cerrar los ojos en varias horas y miraba el techo del tren que avanzaba lentamente en medio de hermosos campos verdes que ocultaban una noche rusa con cielo azul. Como música de fondo escuchaba el chirrido de los rieles y me sentía como un personaje de un grandioso cuento del famoso escritor ruso Anton Chéjov, genio admirado por nuestro escritor Julio Ramon Ribeyro, uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana.
Todo lo que les relato ocurrió hace siete años, pero parece que sucedió ayer. Aún no lo puedo superar y el recuerdo sigue vivo. Y ese recuerdo se revivió lamentablemente hace unos días tras la derrota de la selección peruana en tierras gringas. Espero no necesitar la ayuda de un psicólogo para poder superar esta desazón.
Mejor, para olvidarme de mi tristeza, me pongo a escuchar música y desempolvo mi antiguo tocadisco de la marca Denky. Coloco un disco long play de mi banda favorita Iron Maiden y me traslado imaginariamente al estadio de San Marcos. El jueves 26 de marzo del 2009 los rockeros ingleses llegaron por primera vez al Perú y brindaron un concierto para el recuerdo, pero esa es otra historia.
El frío sigue intenso y me daré una vuelta por mis caseros del emporio de Gamarra, en La Victoria, para comprarme unos calzoncillos y medias de lana de carnero. No hay otra. Nos vemos.