Transpiró el carísimo terno más que nadie. Su rostro quedó duchado de sudor y al final del partido apenas podía hablar. Juan Reynoso, sin embargo, volvió a poner su máscara de hombre de hierro. Al final del partido, se fue raudo a los camarines.
Reynoso no declaró, no celebró, ni fue cargado en hombros. Tampoco se abrazó efusivamente con sus pupilos y menos pidió la hora al árbitro Víctor Hugo Carrillo cuando ya desbordaba la euforia del campeonato. Vivió el partido a su manera, casi impasible, serio y sin gestos.
El 'Cabezón' volvió a ignorar a la prensa cuando terminó el partido. Prefirió irse a los camarines, donde esperó a sus jugadores para felicitarlos por la conquista del título nacional.
Tras celebrar y cantar con ellos, ordenó que el equipo retorne al hotel Golf Los Incas, donde el plantel se concentró.
Ni la emoción del título doblegó a Reynoso. Las bronca que le tiene al periodismo es más sólida que su equipo. Dribleó los micrófonos, hizo oídos sordos a las preguntas y no se detuvo ante los gráficos. Simplemente, se escondió.
Reynoso impuso un silencio absoluto a sus jugadores. Cualquier declaración se multó con 500 dólares, aunque sea referente como Solano o Galván. Su disposición se cumplió a rajatabla. Nadie habló.
Al salir de los camarines, Reynoso hizo lo mismo. Subió raudo al bus y se sumergió en uno de los asientos a seguir disfrutando, en silencio, el campeonato.