Muchos dicen que los amigos son como los taxis, cuando hay mal tiempo escasean. Sí, pues, ocurre que a veces nos necesitan en un punto, pero andamos en otro y, claro, si hay lluvia, como anoche, muchos nos guarecemos, con una roncadita de por medio.
Esto nos da pie para hablar de los lechuceros, es decir de los colegas que trabajan en la madrugada, que no es mi caso porque la patrona me quiere en la casa máximo a la 7 de la noche.
Según la RAE, lechucero (a), de lechuza y –ero, implica un taxista que hace servicio únicamente durante la noche. Y la filosofía de trabajo de un taxista que hace día frente a otro que se gana la vida en horario nocturno es completamente distinta.
En primer lugar, en la noche todos los gatos son pardos y, en segundo, no hay nada oculto bajo el sol.
“El Chava”, un caña que conoce Lima y Callao como la palma de su mano, me contó que un día pensó que había atropellado a una persona en Mangomarca. Paró en seco, caminó en busca del supuesto herido o muerto y lo que había era una sombra que caía sobre la pista, proyección de la figura de un árbol. Tremendo susto.
SUEÑO Y COMIDA
Algo sustancial es que los chambas que hacen carreras a plena luz encuentran comida en cualquier esquina, mientras que los lechuceros tienen sus “huequitos” y, si les sale una chambita lejos, se pelaron. Una doña que, desde muy temprano, da la hora con su papa con huevo y harto ají se ubica dos esquinas antes del Óvalo de Arriola.
Colaza de taxistas mañaneros. Y si de un lugar seguro para jatear se trata, las afueras de la PUCP siempre fueron una buena opción. Hasta los policías caen por ahí para hacer la tutu meme en ese lado de la avenida Universitaria. Hablo, desde luego, de una situación a priori de la pandemia por la Covid-19. Otras penurias que deben pasar los también llamados “sonámbulos” son el recojo de borrachos, prostitutas o simplemente belicosos.
Lo que pasa es que un pasajero ebrio puede resultar caro porque si se la ve con “Emilio Butragueño”, la lavada del carro no baja de 15 “maracaibos”. En conclusión, los taxistas la luchamos. Con la noche o con el tráfico. Cuánta razón tenía Jorge Luis Borges cuando apuntó que “en mi corta experiencia de narrador, he com
probado que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”.
Y nos vamos con el chiste de la semana: Dos perros persiguen a un taxi y cuando el vehículo se para y lo alcanzan, uno le dice al otro: – Te he dicho que decía libre y no liebre. ¡Hasta el próximo miércoles!