El beso no es exclusivo de los humanos. Los chimpancés suelen unir sus bocas, los pájaros juntan sus picos, los elefantes ponen sus trompas en los hocicos de sus parejas y muchos animales lamen sus caras. ¿Qué hace que el beso sea tan popular en la naturaleza? La respuesta es simple: hormonas; es decir, placer.
En los seres humanos, se ha comprobado que en un beso realmente erótico provoca un efecto tan abrumador como una sobredosis de anfetaminas. Según un estudio del prestigioso Instituto Kinsey de Sexología de EE.UU., en un beso intervienen cinco de los 12 pares de nervios craneales, aquellos que se conectan y afectan directamente al cerebro. Como respuesta, el organismo sube el nivel de dopamina (sustancia asociada con la sensación de bienestar), testosterona (relacionada al deseo sexual) y serotonina (que afecta el estado de ánimo). También se produce adrenalina. Esta hormona aumenta la presión arterial y la frecuencia cardiaca, pudiendo hacer que se llegue hasta las 150 pulsaciones.
Pero, la verdadera culpable de esa sensación incomparable del beso es la oxitocina, una especie de droga del amor. De acuerdo con una investigación del portal Howstuffworks.com, propiedad del grupo Discovery –el mismo de Discovery Channel–, esta hormona “ayuda a desarrollar sentimientos de apego, devoción y afecto por otra persona”. Junto a ella, actúan las endorfinas u “hormonas de la felicidad”, que además de hacernos sentir bien, son un antídoto contra la depresión.

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