RAQUEL (31, Salamanca). Tremenda decepción me llevé, doctora. Resulta que conocí a un chico en la fiesta de una amiga en común y de inmediato hicimos click. La pasamos de maravilla bailando, riéndonos y hasta me acompañó a la casa, mostrándose en todo momento gentil y apasionado.
Raúl, como se llama él, empezó a llamarme y a afanarme con insistencia. Al principio, yo lo tomaba como un amigo más; sin embargo, poco a poco se fue ganando mi corazón. Nos íbamos al cine, a comer, a pasear, a presentaciones de artistas y el idilio se tornó en algo muy dulce y romántico.
Fui suya no una sino muchas veces. Sus besos y caricias encendían de inmediato mis llamas y no podía resistirme en absoluto a sus requerimientos. Disfrutaba como una loca las veladas porque él sabía dónde atacar, me hacía delirar al extremo y quedaba extenuada en su pecho, realmente vencida, extasiada de amor.
Yo me enamoré sinceramente. Raúl se apoderó de mi corazón y de mis pensamientos. A toda hora lo reclamaba a gritos para que me bese, me acaricie, me haga suya. Ya no podía vivir sin él.
Y fue así, pues, que queriendo darle una sorpresa, una noche lo seguí desde que salió de su oficina para saber, además, dónde vivía y ¡oh sorpresa! Al llegar a su casa descubrí que es casado y tiene tres hijos amorosos.
Imagínese, doctora. Ese hombre había jugado conmigo y con mis sentimientos. Como imaginará, me siendo destruida después de esta terrible decepción.
Yo estaba realmente enamorada de él, lo adoraba con pasión, me entregaba y disfrutaba de sus besos y caricias al extremo de hacer planes a futuro pero, finalmente, descubrir que era un gran farsante.