Testimonios manuscritos sobre la llegada de José de San Martín a Pisco, que datan de 1820, y la carta de renuncia del virrey Joaquín de la Pezuela, redactada el 29 de enero de 1821, son documentos históricos que retratan trascendentales hitos de la Independencia del Perú, proclamada hace 203 años, y pueden ser apreciados hasta ahora pues han resistido el paso del tiempo.
Escritos con tinta ferrogálica, compuesta por óxido de hierro, y en papel trapo, hecho con pulpa de elementos como el cáñamo y el tocuyo, estos documentos están resguardados en un lugar donde se respira historia: el Archivo General de la Nación (AGN), exactamente en su sede ubicada en la primera cuadra del jirón Camaná, en el Centro Histórico de Lima.
Según Celia Soto, historiadora del AGN, estos manuscritos lucen una grafía legible a diferencia de documentos del siglo XVI, y dependiendo de su tipología están escritos con lenguaje coloquial, como se observa en una correspondencia dirigida al clérigo y político Tomás Diéguez sobre el nombramiento de José Bernardo de Tagle, o presentan un estilo ceremonioso y formal, notorio por ejemplo en la dimisión de Pezuela.
Otra “joya” que custodia este lugar y está vinculada al inicio de la vida republicana en el Perú es un manuscrito que está fechado como el primer año de la Independencia del Perú y describe la invitación que harán al acto de la ceremonia de la proclamación de la Independencia.
PROCESO. Soto cuenta que desde la creación del AGN, en 1861, se dispone reunir toda la documentación de las diferentes dependencias de la época. “La idea era formar en base a los documentos generados por las instituciones virreinales y, luego republicanas, un lugar donde se pueda almacenar la documentación”, refiere.
Su primer director, Santiago Távara, con su reducido personal empezó de forma incipiente a separar la documentación por instituciones y, paulatinamente, ha ido haciendo su descripción. “Con los años, se ha ido organizando de tal manera que ahora podemos dar cuenta de estos datos interesantes”, comenta.
DIGITAL. Dado que el paso del tiempo es inevitable y hay factores ambientales que ponen en riesgo estos manuscritos, entre ellos la humedad, se han tomado medidas para su conservación como almacenarlos en un lugar con control de temperatura y en cajas archiveras libres de ácido, aislar las hojas con papeles de seda, limpiar continuamente, entre otras.
Una de las acciones más importantes para este fin es la digitalización. Un delicado trabajo que realiza desde hace un año Antonio Maturi y para el que se requiere, según su experiencia, amor, debido a que son documentos tan frágiles que deben ser protegidos.
“En esta sede, tenemos alrededor de 500 metros lineales de documentación digitalizada. Se ha priorizado aquella de mucha consulta, antigua y que se haya descrito en su totalidad. La digitalización permite preservar la historia”, anota Soto.
OJO AL DATO. La documentación está disponible no solo para los investigadores e historiadores, sino también para el público en general.