Alessandra Guzmán es una joven limeña con una historia muy singular; luego de descubrir que su verdadero apellido era Yupanqui y no Guzmán, como había creído por casi 23 años, empezó a realizar diversos videos en redes sociales sobre sus orígenes, su identidad, las tradiciones de sus ancestros y todo lo que implicaba portar un apellido que proviene del . “Usar Yupanqui como mi apellido en redes sociales es para mí una forma de visibilizarlo y darle el espacio que siempre debió tener y merece”, expresa.

Lo que empezó como una manifestación personal, poco a poco se fue convirtiendo en una comunidad que pone en relieve una de las más grandes problemáticas de nuestro país: la discriminación étnico-racial. “Cuando me enteré (de su apellido) me invadieron un montón de dudas. ¿Por qué a mi bisabuela no le gustaba Yupanqui? Las respuestas me llevaron a hacerme consciente de que existen aún un montón de prejuicios sobre las sociedades andinas o andino descendientes”, añade la también diseñadora gráfica.


HIJA DE LA SIERRA. Aunque es nueva en las redes sociales, su comunidad va en aumento y a paso firme. “Si tuviera una varita mágica nos daría laj laj (latigazos) a todos en el siki (nalgas) para que despertemos de esta lucha innecesaria, que parece a nivel colectivo, por encajar en determinadas formas para ser validados”, manifiesta.

No obstante, asumirse como serrana fue un proceso largo. A pesar de ser descendiente de abuelitos provenientes de Cusco, Ayacucho y Arequipa, y pasar toda su infancia escuchándolos hablar quechua, confiesa que no actuaba ni hablaba de la misma forma en otros espacios. “Siempre supe que mi abuela materna Rufi no era de Lima, en su casa -a diferencia de en la mía- se hablaba mucho quechua. Rufi me llevaba a la canchita de su cooperativa a ver danzantes de tijera, no se perdía nunca Canto Andino y, por lo menos una vez al mes, mis abuelos hacían el único platillo capaz de unir a toda mi familia a comer en una misma mesa: caldo de mote de los dioses. Era y es normal usar quechuañol en mi familia: ‘le falta kachi a la comida’, ’alcáncenme uchukuta’, ‘báñate asna siki’, ‘qala siki’ (risas). Me quedaba claro que esos códigos eran nuestros, pero era y es tan parte de mi cotidianidad que no lo asociaba al hecho de tener raíces andinas o no de forma consciente. Pero hace más de 5 años empecé a cuestionarme por qué eso solo existía en la intimidad de las cuatro paredes de mi casa y la casa de mi abuela, a cuestionarme por qué no actuaba ni hablaba de la misma forma en otros espacios, en otras mesas, en otras casas”, reflexiona.

Tampoco estaba conforme con sus rasgos, no era blanca, de ojos grandes, ni voluptuosa, pero lo que sí poseía era un espíritu curioso que le permitió reencontrarse con sus orígenes y aceptarlos. “A los 14 años ‘ser chévere’ sí me importaba, me invadieron muchas inseguridades. No me gustaba casi nada de mí y me empecé a compararme con quienes sí percibía como ‘los y las más bacanes’. Todos se veían distintos a mí en apariencia física y entonces le eché la culpa a mis orígenes de mi fenotipo y me peleé con eso. Cuando salí, de a pocos, de esa etapa de cojuda, volví a mi naturaleza de niña preguntona y dirigí con vehemencia toda mi curiosidad a la interrogante: ¿Cómo alguien como yo nació en Lima? ¿Por qué viniste a Lima mamita Rufi? Las respuestas que mi abuela me dio fueron como cachetadas y abrazos al corazón. Yo había caído en el discurso prejuicioso sin saber de primera mano de qué se trataba realmente esto de ser -por ejemplo- un migrante de los andes en Lima”, reconoce.

EL DESPERTAR. Sobre la revelación de su apellido en plena pandemia, la historia se remonta a su bisabuela Antonia, la mamá de su abuelo paterno, una mujer ayacuchana, de tez blanca, “carácter fuerte” y que solía ‘serranear’, según cuenta Alessandra. “A mi bisabuela no le gustaba el apellido de su esposo, así que cuando nació mi abuelo Roque decidió usar para él, como apellido paterno, el segundo apellido de Adrián, es decir Guzman. Así fue que Guzman llegó hasta mí”, detalla.

A contraparte, su abuela Rufi, mamá de su mamá, llegó a Lima hablando puro quechua, con trenzas, en polleras y usando botas. Trabajó de ama de casa en lugares en los que se burlaban de cómo lucía y vivió en carne propia la discriminación. “Ella empezó a sentir y a asumir como una verdad pragmática que habían espacios que no estaban hechos para personas como ella. Y con esa premisa educó a mi mamá, y mi mamá me educó a mí. A mí me ha tocado enfrentar esos miedos e ir con todo lo que soy a los espacios en los que quiero estar, sosteniendo y encarnando mi verdad. Mi familia también ya está más ‘empoderada’ en ese sentido. De pronto, estamos sanando juntos”, afirma aliviada.

YUPANQUI FELIZ. A pesar de su corta edad, Alessandra está muy comprometida con la causa de revalorizar no solo los apellidos andinos, sino sobre todo la verdadera identidad peruana, la cultura quechua y eliminar los prejuicios. “Es curioso que la peruanidad sea abrazada en ciertas expresiones y formas que el colectivo ve como ‘divertido’ o ‘capitalizable’, pero no en su forma más cotidiana: en las personas que la habitan con sus etnicidades particulares. Para muestra un botón, ya nadie diría hoy que matar judíos al estilo Hitler está bien, todos rechazan el eugenismo, pero la sombra de esto aún habita en frases como ‘cásate con un gringo para mejorar la raza’ o ‘qué bonito tu hijo, te salió blanquito’. Entonces, ¿existe una cosa mejor que otra? ¿debería no dar ningún indicador de que también soy, por ejemplo, andino?”, se cuestiona.

Por este motivo, desde su tribuna, las redes sociales, su misión es concientizar a esas generaciones descendientes de migrantes a portar con orgullo lo que son, lo que representan. “Hay muchos jóvenes que, como yo, somos nietos de migrantes. Hemos nacido en ‘Lima, la provinciana’ y amamos el mar y el río, comemos chifa y caldo de mote, perreamos y zapateamos, entendemos qué significa kachi, estar ‘makurki’ y sabemos contar hasta el diez en quechua, pero no podemos articular una gran oración porque no se nos heredó la lengua. Somos realmente muchos y tener el espacio para escucharnos, leernos y reírnos de esta verdad tan peculiar que habitamos es poderoso”, concluye Alessandra Yupanqui.

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