No le amilanan los cinco coágulos de sangre que tiene en la cabeza producto de un accidente que sufrió en mayo pasado. Tampoco la crecida histórica del río Rímac , que amenaza con arrastrarlo cuando se sumerja este jueves para representar el bautizo de Jesús. Su fe es inquebrantable. “¿Miedo yo?, miedo tienen los que carecen de fé”, afirma el Cristo Cholo, Mario Valencia, quien a sus 56 años se prepara para cargar por más de cinco kilómetros una pesada cruz de 90 kilos desde la Municipalidad del Rímac hasta la cumbre del cerro San Cristobal.
Se mueve eléctrico de un lado a otro en la sala de su vivienda ubicada en Comas. Las paredes anaranjadas del recinto lucen atiborradas de imágenes del papa Juan Pablo II, de Cristo de Nazareth y hasta del Señor de los Milagros y Sarita Colonia. Se detiene un segundo y las contempla ensimismado. “¿Te cuento un secreto? Dios me ha enviado una señal. He sido testigo de un milagro”, dice el Cristo Cholo como remontándose al pasado.
Este 2015 se cumplen 35 años desde que el conocido Cristo Cholo interpreta los últimos días de Jesús; y asegura que hoy se encuentra robustecido. Cabe recordar que en 2005 casi muere ahogado en el río hablador, en plena actuación del bautismo de Jesús. “Me sumergí y tropecé. Las aguas estaban muy bravas y me jalaron rapidísimo. Casi me golpeo con muchas rocas. Aún no entiendo cómo salí con vida de esa. Esas son señales de que Cristo está conmigo y de que debo continuar”, asegura el pintoresco sujeto, mientras se acaricia la barba que le llega hasta el pecho.
Transportista de carga pesada en su día a día, Valencia es considerado un emblema de la Semana Santa peruana. Su rostro redondo y cabello crecido se mueven como gelatina mientras gesticula ansioso. Me cuenta sus planes para este recorrido y sobre la falta de recursos con los que cuenta para alimentar a su grupo de actores. De pronto, el timbre de su casa resuena con eco. Hay dos periodistas esperándolo en la puerta y quieren entrevistarlo inmediatamente para un noticiero local. Mario es el hombre del momento.
Los días previos a las celebraciones santas son un “loquerío” para el Cristo Cholo. Entre el asedio de los hombres de prensa y las señales divinas no tiene tiempo ni para dormir.
“Yo iba a dejar de hacer el Vía Crucis, estoy mayor y mi madre vive preocupada por mí. Pero este año todo el mundo me pedía que continúe. Además, vi la mano de Dios, una mano brillante al lado de mi cama, estaba hirviendo y emanaba paz.”, relata Valencia, con el rostro iluminado por la tenue luz del ocaso.
Sale unos segundos y les pide a los periodistas que lo esperen unos minutos. Nos hace entrar a su cuarto. Pasamos por estrechos pasadizos hasta llegar a un refundido refugio. Allí, un altar de la virgen de Fátima, cinco rosarios colgados por doquier y una antigua radio FM crean un ambiente sobrecogedor. Se empina hasta lo alto de su armario y saca la aparentemente amenazadora corona de espinas que llevará en la cabeza durante todo su recorrido.
“Esta corona no me la puedo poner aún, solo cuando empiece la representación, sino pierde las energías. Es un secreto, una cábala que mantengo”, me dice mientras la sostiene con ambas manos alejándola de su pecho.
Saca su vestimenta de Jesús y se despoja rápidamente de su ropa para disfrazarse del mismo Jesús. Está ansioso por mostrarnos cómo lucirá el gran día.
Una vez más el timbre de su casa suena y Mario sale desesperado. “Cristo ya tengo listos los clavos para la crucifixión”, le dice su vecino Paco, quien año a año lo ayuda con la indumentaria para el recorrido.
Mario sale a su calle y varias personas esperan por él. Les pide que aguarden un momento y posa para nuestra cámara. Es todo una estrella bajo los flashes. Su abultada figura, producto de los postres limeños que tanto disfruta, se ve apresada por su disfraz. “Estoy fuerte como un roble”, finaliza y da una última sonrisa.