Trabajador, arriesgado y perseverante, tres palabras que definen al chef Santos Ramos, quien se hace camino en el competitivo mundo de la gastronomía con su sazón chiclayana.
Su historia comienza a la edad de 7 años, cuando dejó su natal Jaén, en Cajamarca, para vivir a Chiclayo. “Yo vengo de una familia humilde. Somos 7 hermanos, yo soy el número 3. Mis padres siempre se han preocupado por la educación de nosotros, pero no había recursos económicos, por ello me mandaron a Chiclayo a vivir con mis tíos”, recuerda Santos sentado en uno de los salones de su exclusivo restaurante que lleva su nombre a modo de autohomenaje: “Santos ¡la casa de todos!”.
De niño trabajaba con sus tíos e iba al colegio. Sin embargo, empezar a ganar dinero lo abrumó al punto de abandonar sus estudios. Hoy reconoce que eso fue un error. “No era el camino correcto. Al éxito te va a llevar el estudio. No hay otra cosa. Así que me puse a estudiar. Trabajaba más de lleno con mis tíos y estudiaba”, recuerda.
“Mi tía hacía humitas o sancochaba huevos y me mandaba a vender en el mercado. Me levantaba a las 5:00 a.m. Yo estudiaba en el turno tarde y en la mañana ayudaba a mi tía y me daba mi propina”.
Carrera de cocinero
Lamentablemente su tía fallece. Dejó de trabajar con su familia y buscó otro empleo pelando pollos de madrugada, hasta que acabó la secundaria. Santos se inclinaba por la carrera de Derecho, pero como no tenía los recursos, regresó a trabajar con su tío vendiendo humitas en el Mercado de Moshoqueque.
“Mi tío contrató a un señor para que haga cebiche, torta de choclo, papa rellena; él me enseñó a prepararlos. Me acuerdo de que el señor faltaba mucho y a veces ya no llegaba y empecé a cubrirlo. A la gente le encantaba ver que hacía mis papas rellenas, quedaban espectaculares”, recuerda.
Así nació su gusto por la cocina. Estudió la carrera de gastronomía y también trabajaba. “Mis tías también me enseñaron a cocinar, pero donde yo aprendí más fue cuando fui a trabajar a un restaurante”, recuerda Santos. Su primer empleo fue en el restaurante Fiesta, en Chiclayo.
Empezó lavando platos y llegó hasta cocinero. “En esos tiempos trabajaba con mi tío de madrugada, luego me iba al Fiesta, entraba a las 9 a.m., salía a las 5 p.m., corriendo cogía mi moto y me iba a estudiar hasta las 10:30 p.m. Dormía 1 o 2 horas. Yo andaba loco, pero más podía mi sueño de ser un gran cocinero”.
Un día, un empresario llegó al restaurante y pidió conocer al chef para felicitarlo. Santos se había encargado de la cocina ese día. Recibió las felicitaciones y días después el hombre de negocios lo llamó para que trabaje con él en su nuevo restaurante en Lima.
Ya en la capital, el siempre ambicioso Santos buscó ampliar sus horizontes. Postuló al restaurante Astrid y Gastón. Ganó más experiencia. Cuando sintió que había aprendido lo suficiente dejó el empleo. Pensó en irse al extranjero. Pero otra idea pasó por su cabeza.
“Al irme al extranjero iba a aprender mucho, pero de regreso a Perú iba a seguir trabajando para alguien y eso ya no quería. Así que pensé, por qué no armo una barrita de cebiches”, cuenta Santos. Fue así que nació “La raya, barra cebichera” su primer restaurante ubicado en Surquillo.
Empezó con un pequeño local en el primer piso y poco a poco alquiló todo el inmueble de cuatro pisos. “Si hay algo que yo tengo es que soy un tipo arriesgado. Si quiero lograr algo, lo hago y después veo cómo lo soluciono”.
Un nuevo reto
Ahora, impulsado por su deseo de dar a conocer la comida chiclayana, este emprendedor abrió “Santos ¡la casa de todos!”.
“En Surquillo teníamos como clientes a mucha gente de la televisión, futbolistas, congresistas o ministros que llegaban a comer y necesitaban un privado. Entonces dije, acá nos está faltando algo. Aparte, yo siempre quería hacer un restaurante top. Quiero tener mi local así (con salones privados), que no tenga nada que envidiarle a otro local. Ahí es donde decido apostar por este sueño”.
Además de disfrutar de un ambiente elegante, en Santos se puede degustar de la mejor comida chiclayana como arroz con pato, cebiches, seco de cabrito, y hasta de la poda, un tradicional potaje de la cocina de Monsefú.
El secreto del buen sabor está en los insumos que usan, como el cabrito de leche que viene de Mórrope, el pato que se trate de Monsefú y el maíz amarillo para las tortas de choclo que llega desde Ferreñafe.
“Yo quiero que la gente cuando venga acá se lleve una buena experiencia gastronómica, porque el éxito de mis restaurantes depende del insumo”, finaliza.