El señor del taxi

Don Juan

Como ya les he contado, me gusta ahorrar y guardar pan para mayo. Total, mis hijos ya se defienden solos y, ahora, únicamente atiendo las necesidades de la patrona, que tampoco gasta mucho porque no es de andar como loca en las tiendas y, encima, es vegana. Si hago 20 carreras en el día, 10 van al chanchito y el resto es para el combustible y la comida. Además, mis chamacos siempre me tiran un “centro”.

Por eso es que, de vez en cuando, cumplo una de mis pasiones: viajar y conocer otros lugares. Hace algunos años volé hasta Mazatlán, la segunda ciudad más importante del estado de Sinaloa, en México, y mencionada en las series sobre narcotráfico que pasa Netflix.

En medio del calor porteño, advertí que las calles tenían un segundo ronquido, finito como un retorcijón de tripas. A los pocos segundos sacié la curiosidad a la vuelta de la esquina: unos elegantones carritos le hacían la competencia a los taxis tradicionales.

Si cuando uno va a Iquitos lo asalta la vorágine de motocicletas en fila india, en Mazatlán pasa algo parecido con los o las Pulmonía (así llaman a esta versión superada de nuestros mototaxis o taxicholos), aunque estas diminutas máquinas de transporte público sí tienen normas y reglamento de tránsito.

En el afán de acelerar mi conocimiento de la ciudad ametrallé con preguntas al colega charro que me llevaba del aeropuerto al hotel. Cuando 15 minutos después arribé al Costa de Oro, al pie del Mar de Cortés, en el Golfo de California, ya sabía que los Pulmonía fueron creados allá por 1965 por un iluminado emprendedor, llamado Miguel Ramírez Urquijo, sobre la base de pequeños triciclos que se utilizaban en los campos de golf.

ÓRALE

La pregunta que se caía de madura era por qué el nombrecito de marras. El caña azteca como que regateó la explicación, pero le entendí. En lenguaje nuestro sería que cuando los Pulmonía salieron, con el visto bueno del aceitado Gobernador, malearon la plaza porque se tiraron al suelo con el precio del pasaje y los mazatlecos no dudaron en subirse felices.

La contracampaña de los gremios de taxistas y permisionarios de autobuses urbanos fue agresiva y se resumió en el siguiente rótulo: Son inestables, peligrosos y por el hecho de estar descubiertos por todos lados te exponen a una pulmonía. Todo fue en vano: hoy son parte del atractivo turístico de La Perla del Pacífico, como también llaman a este encantador puerto.

Y claro que me subí en una Pulmonía para dar vueltas por la ciudad. El viaje es bien chévere. Por la noche fui a un bar con música en vivo y quedé encantado con la cerveza Del Pacífico. Y no va a ser.

Así que muchachos del volante, guarden sus chivilines. Quizá ahora resulte complicado por la pandemia, pero ténganlo en cuenta. La vida es corta y es menester disfrutarla. Dios ya arreglará este problema sanitario. ¡Hasta el próximo miércoles!