Arturo Zambo Cavero tuvo una vida bohemia y con dos grandes vicios: las mujeres y el ron; sin embargo, a diferencia de otros cantantes de su generación, el criollo sí guardó pan para mayo, por lo que pudo vivir cómodamente durante sus últimos días.
Aunque más de uno cree que el Zambo vivía en la miseria al ver la pequeña casa en la que habitaba en la cuadra 6 de la avenida Argentina, lo cierto es que el criollo cosechó logros y propiedades. Era humilde, pero de alma y no del bolsillo; no en vano se dice que posee cuatro inmuebles y una cuenta bancaria nada despreciable. Sus hijas Moraima, Zorka y Elena (todas mayores de edad) no quedarán en el desamparo gracias al trabajo de su padre, a quien visitaban poco, según cuentan las vecinas del criollo.
Y es que el Zambo vivía solo, a veces tal vez acompañado por su joven pareja, pero la mayoría de días solo. Su único ángel guardián fue una señora de nombre Amalia que le planchaba la ropa, lo vestía, daba de comer y hasta bañaba su robusto cuerpo. Su amigo Walter Sachún, dueño de la peña Sachún, también recuerda la soledad de Cavero, pero no se atreve a decir si era por problemas con sus familiares o decisión propia. Sé que tiene propiedades, sí tiene su dinero, no estaba en la miseria como creen algunos. Vivía solo en la avenida Argentina y lo cuidaba Amalia, una señora que lo quería mucho y estaba pendiente de él. Es una pérdida irreparable, dijo el empresario que conoce al criollo desde hace 29 años. Días antes de su muerte lo visitó en su lecho de enfermo del hospital Eduardo Rebagliati y guarda el recuerdo del pedido que le hizo. Eran como las ocho de la noche y él estaba solo y lúcido pese a que días atrás se le veía más enfermo. No había probado comida porque decía que quería ají, frejoles y fresa con leche. Sólo le pude dar té porque tenía prohibido probar otra cosa.