Manifestantes se enfrentan a la PNP en distintos puntos de Lima. (Fotos GEC: Hugo Curotto / Alessandro Currarino / Julio Reaño / Jorge Cerdán)
Manifestantes se enfrentan a la PNP en distintos puntos de Lima. (Fotos GEC: Hugo Curotto / Alessandro Currarino / Julio Reaño / Jorge Cerdán)

Protestar no es sinónimo de destruir y marchar tampoco tiene como connotación vandalismo. Sin embargo, muchas de las personas que han ganado las carreteras, calles y plazas han confundido los conceptos y están causándole un daño económico terrible al país al atentar contra la infrestructura pública y privada. Y después se quejan cuando la opinión pública describe como actos de terrorismo estos ataques porque, además, detrás de los sombreros, huaracas y pancartas se esconden azuzadores adictos a la violencia. Pasó ayer, por ejemplo, en el aeropuesto Alfredo Rodríguez Ballón de Arequipa, cuando un grupo de sediciosos -¿o se les puede llamar de otra manera?- malograron la vallas metálicas y quemaron las luces y una caseta. Esto derivó en que se suspendan las operaciones en el terminal aéreo. ¿Quién paga los platos rotos? La Ciudad Blanca y todo el país porque son millones los que se pierden a manos de estos iracundos. Por si fuera poco, en las últimas movilizaciones se han dañado más de 19 ambulancias. ¡Basta ya!