Filiberto Mori, el guardián de las almas en el cementerio de Huánuco
Filiberto Mori, el guardián de las almas en el cementerio de Huánuco

lo rodean y no les teme. “Estaba en un segundo piso pintando la pared; al otro lado estaba mi compañero. Escuché los pasos de una persona pisar las escaleras. Como estaba apurado por terminar mi trabajo, no hice caso. A esa hora, ya estaba oscuro. Creí que mi compañero subía. Estaba seguro de que era él. Antes de girar, sentí hasta el respiro de una persona y pregunté: ‘¿Jhony, ya terminaste?’. Cuando no me contesta, volteo y no había nadie. Me llevé un gran susto”, nos cuenta.

Esa es la experiencia de espanto del “Guardián de las almas”, don Filiberto Mori Domínguez (57). Entró a trabajar como vigilante del centro de rehabilitación Oscar Declerck, administrado por la Beneficencia Pública de , pero como en el  de la ciudad faltaba una persona de seguridad, su jefe le propuso cuidar el camposanto y aceptó sin temor. Y ya ha tenido contacto con sucesos extraños.

Don Filiberto es natural de Huancapallac, distrito de Kichki, en Huánuco. A lo largo de su vida, ha desempeñado mil oficios: obrero, carpintero, cocinero y terminó de sepulturero y cuidador del Cementerio General de Huánuco Augusto Figueroa Villamil.

CORAZÓN VALIENTE

“Hay que tener corazón fuerte para trabajar aquí; otros renuncian a los pocos días por miedo. Muchos aspiran trabajar de noche; pero no se atreven, no quieren quedarse”, afirma con resolución.

“A partir de las seis de la tarde, se sienten pasos por algunos pabellones, como si una persona caminara. Pero cuando voy a ver, no hay nadie”, relata.

Un colega le contó la siguiente historia: “Una vez, al mediodía, ya habían cerrado la puerta con cadena, no había nadie en el cementerio. Pero cuando un compañero regresó a verificar si todavía quedaba gente, vio cerca de la capilla a una mujer, su esposo y su bebé rezando. Para no interrumpir el rezo, esperó desyerbando. Cuando volvió la mirada, no vio a nadie. Esas personas ya no estaban; las buscó por todos los pabellones y nunca las encontró. No había manera de que salieran porque las puertas estaban aseguradas con candado”.

Admite que sí tiene miedo, pero se hace el fuerte. “Todo está en la mente. A veces, cuando se tiene miedo, hasta el vuelo de las palomas nos hace asustar”.

Incluso, tiene familiares enterrados en este cementerio. “Mis dos abuelos, pero no sé en qué lugar exactamente están”, afirma. Cree que las almas de sus abuelos lo cuidan y por eso hasta ahora no le ha pasado nada grave.

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