Fiesta en el cementerio
Fiesta en el cementerio

La pequeña Carla (6) baila al ritmo de un festejo. Sacude su pequeño cuerpo con la gracia de una bailarina profesional y encandila a quien la mira con su sonrisa de terciopelo. La niña se divierte en una gran fiesta entre los cerros, una que se realiza cada año en el cementerio de Nueva Esperanza, o Virgen de Lourdes, en Villa María del Triunfo, para agasajar en el marco del Día de Todos los Santos, a los seres queridos que partieron al más allá.
Carlita y sus padres fueron una de las miles de familias que desde las primeras horas del domingo abarrotaron los diferentes camposantos de Lima y Callao, como El Ángel, de El Agustino; Baquíjano y Carrillo, del Callao; Belaunde, de Comas; San Pedro, de Surco, entre otros, para elevar una oración en nombre de los ausentes y, sobre todo, para honrar su memoria con adornos florales, música a todo volumen, comida y licor en abundancia, como si de un matrimonio o bautizo se tratara.

Lágrimas entre los
cerros. Como si fueran hormigas, cientos de miles treparon los cerros más altos de la ciudad para ubicar la tumba de sus seres queridos en el cementerio de Nueva Esperanza. Este fue el caso de Remigio Segundo, natural de Huancayo, quien lamentablemente perdió a Jonnhy, el quinto y último de sus hijos, en un accidente de tránsito hace ya 31 años. “Él era el más amoroso, el más inteligente del mundo, pero un día un maldito ‘Enatru’ lo atropelló. Vengo todos los años a limpiar y pintarle su tumba... Siempre lo llevaré en mi corazón”, relata mientras las lágrimas empiezan a resbalar por sus mejillas. No obstante, se recupera y cuenta que ya le queda poco de vida y que pronto estará con su retoño. Él no es el único: la familia Centeno Masías derramó lágrimas al recordar al abuelo Justo, pero las aplacaban tomando vasos de cerveza “cepilladitos” y entonando el vals que tanto le gustaba. Los Huamaní Taype, ya más calmados, festejaban a Gloria con la música vernácula que escuchó durante toda su vida. Carlita, de quien hablamos al inicio, y su familia se desarmaban en un festejo en honor a Carlos Guitiérrez Yataco, fallecido en 2004. “Por él, todos en la familia somos músicos. Amamos cantar y bailar, y ahora en este día especial lo hacemos en su nombre”, contó emocionada su viuda, Esperanza Estela de Gutiérrez.

Negocio redondo. Dentro y fuera de los cementerios se apostaron un centenar de vendedores ambulantes que hicieron su agosto vendiendo flores de todos los colores y tamaños, al gusto de los homenajeados. Los ramos y pequeños salían a 3 y 5 soles. Sin embargo, los negociantes de comida fueron los que obtuvieron las mayores ganancias con platillos como la pachamanca, caldo de mote, trucha frita, entre otros, que vendían desde 8 y 10 soles.
Los artículos menores, como floreros, y los de valor religioso, como rosarios, se podían adquirir desde los 3 soles. Llamó la atención que entre las tumbas se levantaron servicios higiénicos improvisados, con palos viejos y plásticos sucios. Ni siquiera los agentes del Serenazgo de Villa María del Triunfo, quienes custodiaban el camposanto de Nueva Esperanza, sabían si los dueños tenían el permiso de la municipalidad.
Las bandas musicales también hicieron negocio, pues por 5 soles interpretaban un par de canciones que hayan sido del gusto del difunto. Los huaynos como el “Pío pío” y el “Hippy jay”, en cuanto a negroide se refiere, fueron las canciones más solicitadas entre los deudos, quienes prefirieron sonreír antes que llorar.