“Padres, quieran y cuiden a sus hijos”
“Padres, quieran y cuiden a sus hijos”

la mañana de aquel viernes, el sol brilló triste para la familia Olivares Mori. Frente a la Morgue Central de Lima, muy lejos de su hogar en Cocachacra, ellos esperaban impacientes para retirar el cuerpo de su hija. Cada niña con uniforme que pasaba por el lugar les recordaba a la pequeña Nicolle, quien murió arrastrada por un huaico cuando regresaba a casa después del colegio.

El cadáver, desaparecido el lunes y hallado tres días después, tenía aún el rostro inocente, pero no mostraba ya aquella sonrisa infantil y tierna. Los ojos cerrados, como dormidos, ocultaban para siempre el brillo que alegraba el alma a Rafael Olivares, alcalde de Cocachacra, y de su esposa, Zoila Mori.

La burocracia no entiende de sufrimientos. Tras una larga noche de papeleos, cerca de las 8 de la mañana la familia partió a Cocachacra. Como en los días previos, cuando un grupo de vecinos participó en la intensa búsqueda de la niña, una comitiva los acompañó en todo el viaje.

La caravana fúnebre hizo una primera parada en el mercado de flores de Piedra Liza. En aquel lugar conviven en los pasillos coronas sobrias para velatorios con otros arreglos alegres y románticos. Recorrer aquellos puestos es, ciertamente, un acto de valentía para dos padres que perdieron a la niña de sus ojos.

Hay una suerte de crueldad en esa compra y también mucho de resignación. ¿Cómo se eligen las flores que acompañarán el adiós mas triste y definitivo, aquel que está marcado por el dolor más intenso -el del alma- que nada ni nadie puede aliviar?

Hasta siempre, hijita
Más de cuatro horas duró el viaje hasta Cocachacra. En todo el trayecto, Olivares pensaba en la elocuencia de su hija que destacaba para su corta edad. “Era muy conversadora y despierta, usaba palabras difíciles, a veces daba mejores discursos que yo”, bromea su padre, como intentando engañar a la tristeza por un instante.

Su esposa, al contrario, se mantenía absorta en silencio, sumida en su propia pena.
Al llegar a su localidad, decenas de vecinos recibieron a la familia. Los esposos caminaban juntos de la mano y recibían un rápido desayuno. Sus vecinos y amigos los escoltaron hasta su casa. “Padres, quieran y cuiden a sus hijos“, dijo entonces el alcalde y rompió en llanto.

Ya en su pequeña vivienda, otro grupo de vecinos y compañeras del colegio de Nicolle los esperaban con carteles, gaseosas y bocaditos. Uno a uno formaron una cola para darle las condolencias a la familia, mientras en el interior de la casa arreglaban todo para la triste ceremonia.

Lágrimas y quejidos desgarradores mostraban que el pésame no era solo por compromiso. Las amigas de Nicolle -uniforme rojo y azul marino- le rendían un homenaje con la escolta del colegio. Sus ojos contenían el llanto.

Minutos después ingresaron todos a la casa. La calma se interrumpió por rezos y cantos religiosos. Todos los presentes asumieron como suyo el dolor ajeno. Los padres se mantuvieron de pie frente al pequeño féretro. Silenciosos, pensativos, quedaron así unidos los tres en un abrazo inmaterial y eterno.

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