El verano del año pasado había sido la última vez que visité la ciudad de Buenos Aires, capital de Argentina. Hace unos días decidí regresar al país de Diego Armando Maradona y encontré una realidad distinta: todo está más encarecido. El costo de vida ha subido y, en algunos casos, los precios se han multiplicado.
Antes de viajar pasé por el jirón Ocoña, en el Centro de Lima, para comprar dólares; ya en Buenos Aires los cambié por pesos argentinos. Esta vez me dieron más billetes por los mismos cien dólares, pero pronto comprobé que los precios de diversos productos y servicios también habían aumentado.
Una forma de comprobar lo cara que está Buenos Aires fue a la hora del almuerzo: un menú básico puede costar entre seis y ocho dólares, es decir, entre 20 y 25 soles. Sin embargo, una noche, cuando salí con un grupo de amigos a comer una parrilla con buffet libre, terminé pagando 48 mil pesos argentinos. Al cambio, fueron unos 120 soles: el doble de lo que podría costar un buffet en el Perú.
Lo cierto es que la inflación en Argentina ha comenzado a bajar, pero los precios continúan en alza. La contradicción es notoria: el presidente argentino Javier Milei ha recurrido al mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, para solicitar apoyo financiero que le permita afrontar la deuda nacional.

Cada vez que viajo me gusta hospedarme en el centro de la ciudad, y esta vez no fue la excepción. Elegí alquilar un departamento en un edificio antiguo de la calle Lavalle, tan parecida al Jirón de la Unión, que se convirtió en mi morada por unos días. El ritual de salir y volver pasaba siempre por un viejo ascensor al que había que abrirle dos puertas corredizas para ingresar. La máquina me subía hasta el tercer piso y me bajaba. Desde allí, estaba a pocos pasos de la Casa Rosada, la histórica avenida de Mayo y la famosa calle Florida.
César, un amigo que radica desde hace ocho años en la tierra del bife, me revela una costumbre cada vez más extendida: “La gente ya no almuerza en la calle. Los oficinistas ahora compran empanadas y una bebida, con eso pasan el día porque resulta demasiado caro pagar un almuerzo”, sostiene.
César llegó hasta mi hospedaje para entregarme un par de zapatillas que había olvidado en la ciudad austral de Ushuaia, en la provincia de Tierra del Fuego, en el extremo sur del planeta, durante mi viaje anterior a la Patagonia argentina pero esa es otra historia. Compré unas facturas —los tradicionales pasteles argentinos— para seguir conversando con César sobre la realidad política, social y económica del país. La charla, en una banca de la calle Lavalle, resultó muy interesante, mientras observábamos la cotidianidad de la vida porteña. Espero reencontrarme con César en un próximo viaje. Regresar a Buenos Aires me envolvió en nostalgia y, al mismo tiempo, me reveló una dura realidad. Nos vemos.




