No solo tenemos violencia política, con un Congreso de la República y un Ejecutivo siempre lejanos de la simpatía ciudadana, como lo señalan las encuestas, sino también una alarmante violencia social -a nivel de delincuencia común y de crimen organizado- que ya parece incontrolable. Sin exagerar, las calles son el infierno mismo, por el abrasador calor ciertamente, pero sobre todo porque los hampones de toda laya están a la vuelta de la esquina y, aprovechando la ausencia de la Policía y la presencia de inermes elementos de serenazgo, atacan con total sangre fría. Así las cosas, como reza el dicho popular, tenemos la vida prestada y se impone ya mismo un punto de quiebre en el tema de la seguridad. No podemos seguir con limpiaparabrisas asesinos, locumbetas que queman vivas a mujeres, asaltantes que matan a serenos, policías violadores y la retahía de delitos que se registran a diario. Si alguna vez con inteligencia paramos en seco al terrorismo, apelemos a la misma fórmula contra el hampa.